lunes, 19 de agosto de 2013

TECLEAR EN VERANO

Un infiltrado.





La mujer estaba ante el teclado. Delante suyo tenía un vidrio protegido a prueba de balas y de cualquier cosa. Tras éste, Cayo Julio César; Marco Antonio; Servilia de la Casa Junio, su antigua amante y madre de su hijo Bruto; Atia de la Casa Julia, sobrina de César, Octavio, hijo de ésta, y un par de pobres y valientes hombres que llevaban años dando su vida por la Repúbica de Roma: Lucio Voreno y Tito Pulio, el primero de alto rango, cuyo honor tenía en gran estima; el segundo, un borrachín fornicador, pero valiente en extremo, capaz de dar su vida sin dudarlo por defender a un amigo. Había más gente de esa época, pero la mujer los ignoraba mientras tecleaba en su ordenador.

Ya había hablado con ellos. Les había explícado que estaban allí por un accidente del espacio-tiempo, que estaban en el futuro y que intentaría devolverlos a su época.
Naturalmente, los "visitantes del pasado" no se creían nada y se quejaban de estar encerrados detrás de un vidrio que no podían romper, a pesar de contar con todas las comodidades que conocían.

La mujer era paciente. Mucho. Intentó explícarles lo de la transmisión de enfermedades, motivo por el cual se encontraban en una zona ésteril, tanto por lo que ellos pudieran llevar encima -ya erradicado-, como por lo que podrían contraer en su paso por el futuro. Ella recordaba la ingente cantidad de indios que fenecieron en el Nuevo Mundo, muertes achacadas a los "conquistadores", cuando en realidad se trató de virus desconocidos por entonces en aquellas tierras.

Tecleaba la mujer, buscando una solución, cuando se abrió la puerta y entró uno de sus hombres (por el uniforme). Sin embargo, su aspecto era amenazador y no lo conocía.
Detrás suyo entró otro que sí, y ambos se enzarzaron en una cruenta lucha. La mujer se mantuvo impasible, confiando, pero cuando el que conocía cayó, se levantó del teclado y fue rauda a plantar cara.
Impertérrita, alzó el brazo izquierdo deteniendo el golpe que le lanzaba el infiltrado, al tiempo que estrellaba su puño derecho contra la nariz del adversario. El siguiente paso habría sido levantar la pierna y golpearle con ella. Los tres pasos iniciales de las artes marciales. Pero la mujer no podía. Tenía la espalda poco menos que destrozada, así que usó sus uñas, largas, afiladas y fuertes a más no poder, ¡uñas de leona!

Zarpazo va, zarpazo viene, el rostro del infiltrado acabó cubierto de sangre. Le pegó un rodillazo en la entrepierna y cuando su cabeza se abatió por el dolor, la cogió y estrelló su cara en la rodilla.
Quedó tendido en el suelo, gimoteando, medio ido.

Por la puerta entró Lobo Gris, el enorme huargo que había recibido las sensaciones de su ama. Se plantó delante del enemigo, enseñando sus dientes y gruñendo amenazadoramente. El hombre no osó mover ni una ceja.
Presto llegaron los hombres al mando de la mujer. Esta pidió que llevaran al herido -su soldado-, a la enfermería, después de comprobar que vivía.

- No hace falta, estoy bien -dijo este trastabillando cuando lo levantaron-.
- Alex, eres uno de mis mejores hombres. No habrías caído de esta manera si no te hubiera tocado algo importante. Quiero que el doctor te examine y quedarme tranquila.

El soldado accedió y salió sujetado por un compañero y amigo.
La mujer se volvió a uno de sus hombres.

- ¿Sabes quien es este? -dijo señalando al agresor.-
- Es nuevo. Hace poco que está entre nosotros.

El hombre hablaba con precaución, siendo consciente de los que habían al otro lado del vidrio blindado. La jefa les había advertido de no hablar de más, que se trataba de un asunto muy peliagudo.

-Bien, pregúntale por qué ha hecho esto y cuáles son sus intenciones.
- ¿Aquí o en...?
- Aquí. Tenemos invitados y quiero que sepan como actuamos.

El agresor fue depositado en un sofá de la gran sala donde la mujer trabajaba, delante de los "visitantes". Estaba hecho un cromo, cubierto de sangre y le costaba abrir los ojos. Gemía.

- ¿Cual  es tu verdadero nombre y qué intenciones te han llevado aquí? -preguntó el lugarteniente-.
- ¡No! ¡No! ¡Nunca diré nada! ¡Me matarian!

La mujer pidió silencio a su hombre. Fue por otra puerta, donde tenía sus estancias particulares, y salió con un paquete de tohallitas húmedas. Le pidió que limpiara con cuidado los ojos del agresor.
Una vez este pudo ver, la mujer dirigió una mirada a su lugarteniente, indícandole que siguiera con el interrogatorio.

- Debes hablar -insistió este-. ¿Quienes te matarían? ¡Habla!
- ¡No puedo decirlo! ¡sería hombre muerto!

La mujer se acercó a él, poniéndose ante sus ojos. Consciente de la presencia de los "visitantes", habló sabiendo lo que decía.

- Te niegas a hablar, sabiendo que nosotros no torturamos, algo propio de cobardes. Pero cuidado, que si no nos sirves de nada, ni mis hombres ni yo nos mancharemos las manos. ¿Qué te parece mi huargo?... No tortura, se límita a terminar un asunto fastidioso sin más.

El inmenso lobo gruñó, percibiendo las palabras de su ama y el detenido dejó ir sus esfínteres.

- ¡No puedo! ¡No puedo!

La mujer se le acercó más.

- ¿Tal vez porque aquí hay más traidores como tú?

Todos, incluso los "visitantes", alzaron la cabeza, tremendamente interesados.

- Dime quienes son y terminemos este asunto. Te garantizo la vida, pero no olvides que esta está en tus propias manos. De ti depende.

Continuará...


14 comentarios:

  1. Buen día, Doña Leona!... Coño, si se niega hablar sabiendo que no torturan, no es un cobarde, es un tío práctico, se deja llevar por las circunstancias, je, je!...
    Empieza usted bien el relato, aprovechese usted que puede, la técnica blogeril nos sonríe por estas latitudes!
    Feliz vispera de el jueves!

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    1. ¡Buenas!
      Los cobardes son los que torturan, creo que se ha confundido usted.
      La mujer está harta de ver las torturas que infligen sus "visitantes" en su época, de ahí haberlos calificado muy finamente, ¡juas!

      ¡Feliz miércoles!

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    2. Oh, tiene razón!, pero el sentido de mi comentario no varía, basta que no torturen para negarse a hablar.

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    3. ¿Ya se ha fijado usted en las sibilinas palabras de la mujer? Si no habla, no les sirve de nada, así que cerrarán los ojos y lo dejarán solo con el huargo... Torturas no, pero tampoco cargas molestas, je je je...
      Esto basta para hacer cantar La Traviata, ¡juas!
      ¿O es que no ha visto usted un huargo? Son lobos mucho más grandes que los comunes, del tamaño de un león.

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  2. Me gusta mucho madre. ¿Para cuando los Huargo de los Stark?

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  3. Pues nada, traía dos relatillos breves para publicar y me ocurre lo mismo que en mi blog, no me deja poner texto, y el HT... de los huevos no me apetece, no permite fotos y sale el texto apelmazado.

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  4. Nueva vida, me quedaré a vivir internáuticamente en Facebook, no tengo otra opción, je, je!

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    1. ¡Lo sospechaba!

      Pues que lo pase bien con las gallinas de su amiga merengue.

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    2. ¡Qué espanto! ¿Y ahora qué haremos, jefa?
      Sin armador, sin contramaestre, sin tripulación... ¡¿Somos piratas?!

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    3. Creo que sí, Bugs.
      Tal vez le ponga nombre a nuestro galeón; total, no parece que con el de la empresa del armador vaya nada boyante, hace mucho que está en quiebra y nosotros la arrastramos por inercia, al pertenecer a ella.

      Tendré que pensarlo seriamente. Y a ver si mi hijo me ayuda, que ya es un hombre y valor no le falta.

      ¡Sube a la cofa, grumete, y no pierdas de vista el horizonte!

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  5. ¡Seamos piratas!
    Basta de ir buscando a tu tripulación por ahí. No los necesitamos porque tampoco sirven para nada. Me has dicho que están todos en el face ¡¡¡todos!!! Haznos piratas y contaré sobre los Huargo Stark cuando regrese a casa. Ahora me voy con los amigos, hay que aprovechar el verano ;-) ¡Pero vendré a navegar contigo!

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  6. Interesante. Voy a leer más. Y perdón por llegar tarde, jeje...

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    1. Creo que te gustará. Es largo y está inacabado, pero lo retomaré un día u otro.

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Lamentamos que exista moderación de comentarios, pero es necesario debido a ciertos anónimos muy persistentes.