jueves, 28 de marzo de 2013

Anécdotas de un mejillón y una leona. (XII)



El carné de actor

Me hacía mucha ilusión contar con el carné de actor porque ser actor era mi vocación y porque el mero hecho de disponer de un cartoncillo en el que figurase como discípulo de Talía con carácter oficial, enriquecía mi vanidad de comediante jovenzuelo. Vamos, que me hacía sentirme importante. Y, qué coño, porque me lo merecía.
Y tropecé con la puta burocracia a la que aprendí a odiar desde entonces. Ya fuese aquel rancio sindicato vertical o los que vinieron después, ninguno me sirvió para solucionar mis problemas laborales.
Bueno, el caso es que anhelaba aquel pequeño documento acreditativo de mi oficio, aunque estuviese ornado con el yugo y las flechitas de la Falange. ( El "cangrejo" aparecía por todas partes, lo mismo en ciertos documentos que en los edificios del régimen: Viviendas Sociales XXV Años de Paz, por lo cual lo consideré un mal menor )

Y me presenté en el Sindicato del Espectáculo, que cuando aquello estaba en la Cuesta de Santo Domingo, entre Callao y Opera ( del centralizado Madrid, por supuesto ) Recuerdo que los actores que se hacían cargo de estos trámites eran German Cobos y Tina Sainz.  No he olvidado sus nombres porque ya eran famosos y porque para mi esta gestión era importantísima. Planteé mi problema: Yo no disponía de "contratos de meritoriaje", los cuales se exigían para conseguir el carné de actor. ( Los actores meritorios trabajaban gratis en papeles insignificantes "haciendo méritos" para el carné. A los universitarios se les pedía seis meses de meritoriaje y a los demás un año ) Y yo no disponía de tales contratos porque en los dos años que llevaba trabajando en el teatro lo había hecho en calidad de profesional.
Después de dudar un rato, me preguntaron si podía demostrar los trabajos que había hecho como actor. Naturalmente, les dije, contentísimo porque ya veía acercarse mi anhelado carné. Volví otro día con todo el dosier que corroboraba mi deambular teatrero, que me envió mi madre en un paquete desde el pueblo: programas de mano que editaba el Teatro Popular Español en cada pueblo y en los que aparecía mi nombre junto al resto del elenco; críticas en el periódico local de mis funciones como aficionado ( El Inocente de Calvo Sotelo, Las Manos de Eurídice de Pedro Bloch y un festival ) un bellísimo reportaje que me hicieron en la prensa asturiana por un recital que di en Candás; propaganda de otro recital en Avilés y un montón de papeles más que no recuerdo ahora, pero que abultaban bastante.

La cosa es que me fui de gira una temporada más con el Teatro Popular Español, y las giras de las carpas duraban cuando entonces unos seis o siete meses: de Abril o Mayo a Octubre o Noviembre. Cuando regresé a por mi "carné de actor", el sindicato estaba ahora en la Avenida de America, donde nace la carretera de Barcelona, edificio que después pasó a ser de la UGT ( foto de arriba ) y los sindicalistas seguían siendo gente de UGT y Comisiones camuflada.
Pregunté ilusionado por mi carné, no sin nerviosismo, y esperé un buen rato porque no lo encontraban. Recuerdo que allí estaba el gran actor José María Prada conversando con otros compañeros y echando pestes porque en algunos pueblos los empresarios de las compañías todavía acudían a pedir permiso a la Policía para poder actuar.
Finalmente regresó la persona que andaba buscando mi carné y me mostró un papel con una nota que alguien había escrito: "No se le puede dar el carné porque no ha presentado contratos de meritoriaje"
Ni que decir tiene que no conseguí nada con mis protestas, que elevé respetuosamente porque de sobra es sabido el temor que teníamos a los organismos oficiales, en los que cualquier chupatintas se sentía poderoso, y yo, a fin de cuentas, era un chaval. ( Hablo de un año o dos antes de la muerte de Franco) Y aquellos sindicalistas de la Izquierda habían heredado la abulía de los temibles verticalistas.

Me he alargado demasiado para el poco tiempo del que dispongo en Internet. Así que dejo para mi próximo post el encuentro que tuve con los "grises"... en el que algo tuvo que ver un carné.

miércoles, 27 de marzo de 2013

Anécdotas de un mejillón y una leona. (XI)





Majorettes de Barcelona. El Chicho marqués

Esta anécdota corresponde a mi paso por la empresa de la familia Carreras que gestionaba personal para todo tipo de espectáculos, tanto de majorettes como de Reyes Magos, fiestas patronales y desmadres varios, je je je...
La foto no tiene que ver, es de un año de la Mercé, la fiesta grande en Barcelona. Actuábamos por la mañana y por la tarde hasta el anochecer. Ahí estamos en la comida del mediodía, en un hotel del Paseo de Grácia si no recuerdo mal.
Los uniformes son distintos porque no estábamos en la misma unidad, éramos muchísimas, incluso a caballo y en moto, todo un espectáculo.
Ese día me correspondió capitanear al grupo de Abanderadas. Yo hacía la exhibición con la vara, pero mi unidad sólo empuñaba banderas de colores. Tuve que crear una coreografía para ellas en pocos minutos porque no era plan de que se pasaran el día sosteniendo un palo con un trapo en la punta y nada más. La dirección no se preocupaba de esto, nos soltaban en la calle como al ganado, para hacer bonito y listo. Este fue el motivo por el que me fui y fundé mi propio grupo un tiempo después.

Yendo a la anécdota que nos ocupa, un día me llamaron para una actuación nocturna, en una finca privada. Teniendo en cuenta que mi "representante", o sea, quien cogía el teléfono y aceptaba o negaba era mi señora madre, me sorprendió que accediera. Supongo que confiaba mucho en la "carabina" que solíamos llevar, la madre de una compañera, también capitana y solista como yo, pero con la cual no congeniaba en absoluto porque se daba unos aires de cuidado.

Llegamos de noche en autocar a una urbanización de la que no tengo idea porque la información no era lo suyo. Nos hicieron esperar en el vehículo, supongo que mientras llegaban los invitados. Eso sí, subieron personas del servicio, uniformadas, pasando bandejas de pinchos y la mar de amables.
Finalmente nos invitaron a bajar y entrar en la casa. Nos dejaron en un salón más grande que mi piso entero y, viendo que todavía faltaba lo suyo para mover la vara, me dediqué a leer diplomas y similares que llenaban las paredes. Así supe que el dueño de la casa era un marqués, aunque no retuve el nombre, algo que realmente me importaba poco.
La espera fue realmente larga, pero la disfruté observando los interesantes elementos de decoración, antigüedades en su mayor parte, vagando por el inmenso salón de dos ambientes mientras mis compañeras se repantingaban en los sofás cotilleando.
Al entrar observé que en algunas mesitas habían bandejas con vasos largos, cargados de hielo y contenido nada menos que de colores. Nadie los tocó, no nos habían dado instrucciones. Más tarde pasó una doncella que, al ver como el hielo se había derretido ya, me preguntó si no me apetecía. Vamos, haberlo dicho antes, que eran para nosotras. Yo no entro en una casa desconocida y bebo del primer vaso que encuentro. Por los colores supuse que eran refrescos y zumos, pero claro, ya no me apetecían al haberse aguado y calentado.
Había más actores, gente que no conocíamos porque no eran majorettes ni miembros de ninguna banda de las que solían acompañarnos. Una chica inglesa se mostraba muy nerviosa; nos contó que iba a hacer un striptease y le daba mucha vergüenza, que por favor, mirásemos su actuación para sentirse arropada. Lo consideré absurdo, si le daba vergüenza, ¿por qué se dedicaba a ello?
En cuanto a lo de poder verla, no sabíamos si sería posible, ya que nos mantenían en el salón y a lo largo de la noche iban llamando a alguien, pero los que salían no volvían a entrar. Ignorábamos a dónde los llevaban. Consideré estupendo no haber bebido nada de la casa. Por si acaso...

Finalmente nos llamaron a nosotras. Venga, a formar. Tirarse de la faldita, comprobar que los cordones de las botas estuvieran atados correctamente, el sombrero de copa bien puesto, colgarse la sonrisa en los labios y empezar a marcar el paso al ritmo de la música que ya sonaba.
Entramos en un sótano enorme, bien decorado, parecía un plató de TV. Era una imitación del programa '1... 2... 3... ¡Responda otra vez!'
El público estaba formado por los invitados del marqués y supongo que los concursantes también lo eran. Mis compañeras debían dar una vuelta al plató en formación y yo hacer una exhibición como solista delante de la mesa, ya sabéis, eso de tirar la vara al aire, pasarla alrededor del cuerpo, etc., lo que la tropa no sabía hacer.
Al terminar me indicaron que me quedara allí, al lado de la mesa. A mis compañeras las repartieron junto a las paredes.
Desde ahí tuve una vista privilegiada del resto del programa. (Por esto no regresaba nadie al salón, después de actuar se quedaban allí) Estaba todo muy animado, el público eufórico, contentísimo.
Entonces sufrí una tremenda vergüenza ajena: actuó una chica bailando en biquini. No sé de dónde la habían sacado porque era zafia a más no poder. Iba en grupo, dos o tres más, pero ella se movía con lascivia epiléptica. Tenía la cara colorada e hinchada. Supuse que durante la espera había tomado varias copas y no de zumos precisamente... Con los ojos cerrados, como en trance, los abrió repentinamente al notar los flashes y se abalanzó sobre el marqués como una loba, gritando "¡Fotos no! ¡Fotos no!". ¡Ondia! Pensé si tendría que usar la vara porque su expresión daba miedo por lo alterada y salvaje. Pero el dueño de la casa, sin perder la sonrisa y sin mirarla a ella, pendiente de la actuación, le hizo un gesto con la mano para que se fuera. Lo hizo, salió hecha una furia, completamente ridícula, porque su cuerpo tampoco era precisamente para lucirlo y sólo mostraba a una mujer borracha.

Hubo otras pocas actuaciones, ya se terminaba, que llevábamos allí horas. Después de un mago apareció la chica inglesa. Llevaba un disfraz de conejo, de pies a cabeza. Lo hizo muy bien, con delicadeza, absoluta profesionalidad. Terminó con un desnudo integral. Su cuerpo era blanco y sin estridencias, acompañado por su candidez y rubor final. Me puse la vara bajo el brazo y aplaudí, cumpliendo lo que pidió en el salón. (A mí me tenía delante)

Fue la última actuación, el plato fuerte del marqués.
Subimos al autocar y volvimos a Barcelona, yo soñando con mi camita, ¡uf! Eso sí, me lo pasé muy bien, como siempre, y en esta ocasión había sido una experiencia nueva.


martes, 26 de marzo de 2013

Anécdotas de un mejillón y una leona ( X )





El Gran Juanito, un personaje realmente entrañable


Cierro aquí esta trilogía de pequeños relatos sobre la relación entre comediantes y apuntadores basada en mis primeras vivencias teatrales.
Juanito Torres era bajito, no enano, y con una muy visible deformidad: su joroba. Cara de pillo y lentes de muchas dioptrías. Añadamos a esto su carácter cachondo y ya está definido el personaje.
A pesar de su físico nada agraciado, y por razón de su labia y sentido del humor, se llevaba al huerto a las mozas de los pueblos, y quien dice al huerto dice al trigal o a cualquier otro escenario no teatral en donde pudiese beneficiárselas amorosamente. Y hacía asco de las feas, era un sibarita sexual, se permitía elegir el género como si fuese un galán de Hollywood.
En cierta ocasión fue sorprendido manos en la moza y apareció publicada la amonestación en la puerta de la iglesia, una costumbre antañona que aún conservaban en algunas aldeas, algo así como "Han sido vistos en acto de fornicio los pecadores Juan Torres Tal y la señorita de este lugar Fulanita Tal y Tal..." Solía repetirnos la anécdota con pelos y señales a requerimiento del personal y nos partíamos de risa porque tenía una gracia enorme como narrador oral. Nos lo pasábamos bomba cuando bromeaba con su colega el saxofonista Emilio Muñoz, otro cachondo de campeonato. ( No confundir, por supuesto, como Emilio Muñoz el torero )

No recuerdo la edad que tenía Juanito. Yo era un joven de 21 años, eso sí lo recuerdo, pues corté la gira con esta compañía para incoporarme a la mili. El andaría entre los treinta y algo y los cuarenta. El teatro portatil en el que actuábamos era el Teatro Regional, y la dueña y primera actriz era Angelines Garcia, viuda de Santiago Colom, una mujer encantadora, dulce, buenísima en el trato con todos nosotros.

Juanito no trabajaba como actor, pero formaba parte de la pequeña orquesta que amenizaba el fin de fiesta de variedades, tocando la batería. Era un buen batería, y también recitaba y contaba chistes. Yo presentaba el show y actuaba en los skechts humorísticos. Y cantaban Mari Carmen Soriano y su madre: Carmiña de Levante. Entre los músicos también estaba el organista Severino Reyes. El Gran Pepón, marido de Carmiña y padre de Mari Carmen, un excelente caricato valenciano, ya no podía salir a escena por su afonía crónica y trabajaba como taquillero.

Y ahora viene lo de Juanito Torres como apuntador. Indudablemente, al no trabajar en las comedias, asumía el rol de apuntador situándose tras los decorados ( En este teatro no había concha ) Por el escenario nos movíamos Angelines García ( la dueña y primera actriz ) Julio de Torres, Eduardo Robledano, Angelita Palacios ( mujer del anterior ) José Palacios ( padre de Angelita ) las antes citadas Carmiña y Mari Carmen y el que suscribe.
Don José, un hombre mayor, era un poco duro de oído, y le pedía a Juanito que se situase cerca de la zona del escenario en donde él estaba actuando para escucharle bien el texto. Pero no siempre se "compenetraban". Dábase el caso de que por despiste de alguno de los dos, Juanito se situaba en un extremo del escenario y Don José se encontraba en el extremo opuesto, o mejor dicho: uno en un lateral y el otro en el lateral opuesto. De pronto Juanito se percataba de que allí no tenía a Don José e iba en su busca. Y Don José, que acababa de darse cuenta de que allí no estaba Juanito, hacía lo propio. Se cruzaban en su peregrinaje y volvían a estar a una legua el uno del otro. Y a todo esto el público mosqueado por los movimientos raros que hacía aquel actor y sus silencios inexplicables o parlamentos extraños. Naturalmente, algunos espectadores avispados debían olerse la tostada.

Gracias por su atención, mis queridísimos lectores o números estadísticos.

viernes, 22 de marzo de 2013

Anécdotas de un mejillón y una leona. ( XIX )



Cuando el apuntador es nuestra perdición

Conté en mi anterior entrada lo cómodos que nos sentíamos los actores con la apuntadora Carmen Henche. No ocurrió lo mismo con el apuntador Juan Antonio Lebrero. Este era un hombre grandote y pesado al que le costaba Dios y ayuda meterse en la concha y salir de ella. Una concha de apuntador no es más que una trampilla en el escenario sobre la que se coloca un techo curvado para que no se vea la cabeza del apuntador. Y en el interior hay una bombillita para que este vea bien los textos del libreto.
Y el señor Lebrero empezó a fallarnos, nos dejaba "tirados" en el escenario ( es un decir porque los cómicos de carpa somos especialistas en improvisar, pero no por eso dejamos de pasarlas putas ) porque pasaba mal las hojas del libro y de pronto te daba un texo de diez páginas más adelante o  quince páginas más atrás. No había una razón lógica para que este hombre fallase tanto, exceptuando el día en que a un moscón o a una avispa le dio por describir órbitas alrededor de la bombilla y de la nariz del mencionado, y este se puso a sar manotazos con el fin de ahuyentar al bicho intruso, no consiguiendo otra cosa que el desamparo de los que dependíamos de él.
Bien, pues cierto día descubrimos la poderosa y etílica razón que motivaba el mal funcionamiento del apuntador: La botella de litro de "agua mineral" que le acompañaba en su trabajo, sólo tenía de agua mineral el envase, el contenido era "ginebra" El buen hombre se ponía más a gustito en la concha que Ortega Cano en el coche.

Hay otro tipo de situaciones "dramáticas" ( "cómicas" en el momento de recordarlas ) que se dan entre los cómicos y sus apuntadores.
En el Teatro Regional no había concha ni apuntador. Cualquiera de nosotros, los actores, ejercía la labor de improvisado apuntador cuando no se hallaba en escena, y lo hacíamos desde detrás del decorado. Pero el que más tiempo estaba con el libreto en la mano dándonos letra era el gran Juanito Torres, pues no salía en las comedias, tan sólo en los fines de fiesta de variedades. Del carismático Juanito Torres hablaré en mi siguiente escrito.

jueves, 21 de marzo de 2013

Anécdotas de un mejillón y una leona ( VIII )




En manos del apuntador

En mis comienzos teatreros trabajé en tres compañías de carpa, en una de ellas durante tres temporadas: "Teatro Polpular Español", en otra una temporada: "Teatro Regional", y en la tercera una semana: "Teatro Benavente" Estos teatros portatiles llevaban un extenso repertorio de comedias porque las actuaciones se prolongaban hasta un mes en cada plaza. ( Sólo había un canal televisivo en España y no estaba legalizado el juego ni las sex-shops ) Y me contaron los cómicos viejos que, años atrás, alguna compañía llegó a estar en un pueblo hasta cinco meses.
Bien, pues esto sólo era posible gracias a unos precios muy baratos y a que se cambiaba de comedia cada dia, además de una publicidad muy económica a base de un coche con altavoz y una pizarra en la puerta del teatro anunciando la función del día. Diariamente se cambiaban en los palos de la tramoya los decorados: casa rica, casa pobre, palacio, exterior jardín, etc. y se distribuían los muebles en la escena de manera distinta a la función anterior. Y se ensayaba muchas tardes, no todas, según tuviésemos "dominados" los papeles. Se daba el caso de "rescatar" alguna comedia en esa plaza, alguna que se había apartado del repertorio hacía tiempo, y no quedaba más remedio que ensayar. Y nos encomendábamos al "angel guía" del escenario: el apuntador. Yo estuve saliendo en La Calzada, Gijón, a un "embolado" cada día, pues era comienzo de temporada y tuve que memorizar unos cuantos papeles nuevos, y de un día para otro era imposible memorizarlos por completo. Pero descubrí fascinado lo fácil que es dejarse llevar por un buen apuntador, en este caso apuntadora: Carmen Henche, una maravilla en su oficio, y que conste que este es el oficio más difícil del teatro. Muchos actores no sirven para apuntadores.
Carmen llegaba claramente a cada actor y su voz apenas era audible por el público. Sabíamos en cada momento a quién estaba dando texto y no dudaba en repetirlo al instante cuando alguien no había oído bien.
Una maravilla que no duró siempre. En la última temporada que estuve en esta carpa, tuvimos un apuntador que fue el reverso de la moneda de todo lo que estoy contando, un auténtico suplicio para el actor.

Próxima colaboración mia en esta sección: "Cuando el apuntador es nuestra perdición"

martes, 19 de marzo de 2013

Anécdotas de un mejillón y una leona. (VII)





Teatro. ¡Yo lesbiana!

Fue en la compañía de aficionados donde actuaba con aquel niñato de director que no se enteraba de nada. Esta vez el guión era suyo, que a mí nunca se me ocurriría desempeñar semejante papelón. Pero en fin, me tocó y lo acepté con profesionalidad.

Empezamos con las reuniones previas, que allí, la única incombustible y constante era yo, los demás eran aves de paso, siempre cambiando.
Presentación, charla, adjudicación de papeles, y al ver el mío exclamé: "¡Anda, tengo que llorar!".  El dire me miró fijamente y señalándome con el dedo gritó: "¡¡¡Llora!!!". Y lloré, recordando lo que me costó arreglar su metedura de pata en la función anterior, ¡juas juas! Aplausos de los compañeros y satisfacción del nene.

En principio mi papel no revestía ninguna dificultad, pues se trataba de varias historias paralelas que coincidían al final, en un restaurante donde nos acabamos encontrando todos los actores.
Yo era la hermana del dueño del establecimiento, papel interpretado por el dire. Llegaba allí casi al final, con una bolsa de viaje y me ponía a llorar a moco tendido por haber perdido el cariño de mi amor, interpretada por una sudamericana de escote pechugón que me dió dentera desde el primer momento. Esta estaba sentada en una mesa con el resto de los actores y al verme entrar y llorar se levantó y vino a mí declarándome su amor, dejando plantado al tío con el que estaba, o sea, que de lesbiana nada, bisex, como les gusta más a los progres, lo que era el dire.
Esto estaba en el guión, pero lo que no, es lo que hizo la sudaca esa: agarrarme el cogote y estampar mi cara en su escote desbordante.
Sólo las fulanas se comportan como tales y tuve que hacer un esfuerzo para no salirme del guión. Ella lo había hecho, pero si lo hago yo, la función se va al carajo, así que me limité a separar mis brazos, en plan payaseril y cuando me dejó respirar, poner cara de tonta, como muy sorprendida, lo cual era real.

Encima el dire improvisaba sobre la marcha y cuando se cerró el telón nos hizo salir a cada uno contando nuestro "futuro", conque, agarrando las cortinas, asomé mi cara con esa encima de la mía, diciendo que nos habíamos casado y éramos inmensamente felices.

No recuerdo si en esa función estaba mi familia. No recuerdo más que la trampa que me tendió el niñato. Y bien que se lo hice pagar en el foro municipal de Cultura, aunque no por este tema, que me importaba un pimiento, sino por sus insensateces, una detrás de otra.

Sobre la actuación, creo que una cosa es saltarse el guión por algo perentorio como haber olvidado el diálogo, y otra muy distinta que a una tía se le ocurra restregarte la cara en su tetamén sin estar previsto, porque su familia está allí y quiere demostrar que es una profesional fantástica. Más profesional fui yo al aguantarlo sin partirle la cara.


lunes, 18 de marzo de 2013

Anécdotas de un mejillón y una leona. (VI)




Un reflejo de los duros comienzos y cuatro supersticiones teatreras. 

Las pasé canutas en mi primer ensayo como actor profesional. Fue en el Teatro Popular Español, instalado en Portugalete. María Teresa Pozón era una primerísima actriz, pero sumamente exigente como directora. En aquella obra, la "alta comedia" de Torrado y Navarro "Dueña y Señora" ( Todas las carpas de repertorio debutaban en las plazas con una "alta comedia", pues estaba demostrado que cuando lo hacían con una comedia cómica se resentía la taquilla los siguientes días ) yo sólo tenía dos frases. Mi primera entrada era para decir "el Señor Conde acaba de llegar", y en la segunda anunciaba: "los señores pueden pasar al comedor" Queda claro que hacía de mayordomo. Pues no había manera, Teresa Pozón se empeñaba en que no daba el tono adecuado y me hizo sudar tinta china. Venga y venga a repetir. En las demás comedias, unos veinte que teníamos en repertorio, en las que hice papeles largos, no de dos frases, no me machacó tanto como aquel día. A veces he pensado que me estuvo probando, que quiso saber si yo era realmente vocacional y podía someterme a su disciplina. Algo así como el sargento que putea a los reclutas en la mili.

María Teresa Pozón y su hermano Manolo Andrade habían sido hasta hace poco los dueños del teatro, pero se lo vendieron a la familia Melgar ( recuerden el post "Un clown en La Malquerida": Tino Melgar y Tino Garciluis ) y Teresa quedó contratada como primera actriz y directora. Era una actriz como la copa de un pino, tanto para lo cómico como para lo dramático, pero muy mandona y tremendamente supersticiosa.

A Arturo Ladehesa, un actor de la compañía, se le rompió el espejo que utilizaba para maquillarse. Eso fue horas antes de debutar en Torrelavega ( Cantabria ) Pues bien, el negocio fue fatal en Torrelavega, y, por supuesto, según la señora Pozón se debió a la rotura del espejo.

Yo me llevé un día una bronca de campeonato durante un ensayo porque me sorprendió sentado en la concha. Al parecer era de muy mal fario, según ella, sentarse sobre la concha del apuntador. Me acojonó la reprimenda, sobre todo porque no tenía ni puta idea de esa superstición. ( En mi próximo post les contaré una anécdota protagonizada por un apuntador )

La gran actriz tenía un pánico atroz a pronunciar o que alguien pronunciase en su presencia la palabra "culebra" Tal palabra había sido tachada en los libretos de las obras en las que aparecía.

El amarillo es otro gran gafe para los teatreros, pero ahora voy a hablar de otro actor: "Paquito de Lucio", el mayor "amarillofóbico" que he conocido, si se me permite la palabreja. Don Paquito, hombre ya mayor cuando le conocí, bajito de estatura, regordete y de cabeza cuadrada ( física y mentalmente ) era hijo de uno de los autores más fecundos de la dramaturgia española: José de Lucio, pero no había heredado el talento de su padre, era un tanto zoquete. Como actor era un remedo de Martínez Soria o Camoiras, utilizaba los mismos trucos y falsetes de voz de los autores de la vieja escuela, pero no les alcanzaba en talento.
Trabajé durante una temporada en la "Compañía de Comedias de Paquito de Lucio" Representábamos la obra "Qué hacemos con los viejos?" El señor de Lucio se aferraba a las comedias que venía representando desde el año de Maricastaña, porque había perdido memoria y le era imposible aprenderse textos nuevos. Los representantes de tercera fila nos organizaban rutas demenciales y en muchos de esos pueblos acudía poquísima gente al teatro. Un desastre absoluto para un hombre que en su vejez seguía considerándose un gran primer actor; un hombre con una enfermiza obsesión por el amarillo que hasta le impedía sentarse en las terrazas de los bares cuyas mesas eran amarillas.

sábado, 16 de marzo de 2013

Anécdotas de un mejillón y una leona ( V )



Confesionario descuajaringado

Debuté con el grupo de aficionados Vesperies de Castro Urdiales, Cantabria, con la obra de Joaquín Calvo Sotelo "El Inocente" Yo hacía uno de los dos protagonistas masculinos, "Gregorio Codornel" ( Personaje que interpretó en los circuitos comerciales el gran José María Cafarell, cuya hija, Carmen Cafarell, sería muchos años más tarde directora de Televisión Española ) Me he olvidado de muchos personajes que he interpretado en mi carrera, pero no de este.
Era la primera vez que pisaba las tablas y tenía toda la ilusión del mundo puesta en este debut. Además, en el viejo Teatro de la Villa, hoy desaparecido por una alcaldada, me había enamorado del teatro viendo La Casa de las Chivas de Jaime Salón a cargo de la compañía de Ricardo Hurtado, Acelgas con Champagne interpretada por Florinda Chico y Rafaela Aparicio ( a Rafaela la entrevisté para el periódico local ) Sabor a miel con una jovencísima Ana Belén ( Tendría la edad que ahora tiene su hija, Marina San José, que ya está haciendo sus primeros pinitos teatrales ) y otras muchas comedias de las que tengo recuerdos más difusos.
Pues imaginen lo contento que estaba yo por el hecho de estrenarme como actor en aquel templo de Talía. Y pasó lo que suele pasar en el teatro de aficionados, que no fue casi nadie. A las funciones amateurs acuden sólo los familiares y a veces ni eso, y hay pueblos infestados de mediocres y envidiosos que, como te salgas del adocenamiento colectivo, sólo desean que te jodas. Y a pesar del viento en contra, triunfamos, coño!... Yo así lo recuerdo y es uno de los más hermosos recuerdos de mi vida. Y el respetable público, que no pasaría de la cuarta fila, nos aplaudió a rabiar. Yo no cabía en mí de gozo cuando cayó el telón. Jo, me sentía un actor de verdad!
Pues llevamos la obra a otras dos plazas, Sopuerta de Vizcaya y Villasana de Mena de Burgos, ambas colindantes con Cantabria. Las carreteras eran de lo peorcito, ya se lo imaginarán ustedes, aún faltaban muchas lunas para que los socialistas hiciesen las autopistas ( Perdone, Doña Leona, je, je! ) porque al enano sólo le dio por los pantanos.
Ibamos en un autobús alquilado y en la baca iba el confesonario que salía en la función. En aquellos años, tanto los autobuses como los coches, llevaban carga en la baca. Ahora sólo la llevan los marroquís emigrantes que cruzan España en sus vacaciones.
Catapún!... Escuchamos un fuerte ruído encima de nuestras cabezas y el chófer detuvo la marcha para ver que había sucedido. Muy fácil: Un puente de escasa altura que atravesaba la carretera "plantó cara" al confesionario y este se astilló, cayendo una parte de él a la carretera.
Al llegar a Villasana de Mena hicimos un apaño de urgencia, que resultó un churro, podía ser cualquier cosa menos un confesionario, pero la función salió adelante. Los cómicos siempre salimos airosos porque somos seres muy imaginativos.
Felices veladas teatrales, respetable público!

miércoles, 13 de marzo de 2013

Anécdotas de un mejillón y una leona ( IV )




Superstición teatrera y Benavente triplicado

El teatro está lleno de supersticiones. Las supersticiones suelen tener sus orígenes en hechos racionales.  Hoy en día se dice - lo dicen las personas supersticiosas - que derramar la sal trae mal suerte. Este "respeto" por la sal viene de cuando tal condimento era un bien muy preciado con el que se podían comprar otros muchos productos. De ahí nació la palabra "salario" Queda claro, por lo tanto, que en aquellos tiempos era un auténtico problema quedarse sin sal. Vamos, que a nadie se le ocurría tirarla.

Volvamos al teatro: Quizá sepan ustedes que los actores se desean suerte diciendo "mucha mierda!", o "te deseo mucha mierda!", o "que tengas mucha mierda!" También esta expresión tiene un origen racional. Situémonos en tiempos de Lope y sus contemporáneos, cuando la gente acudía a los corrales a presenciar obras en verso. La chusma se acercaba a patita, pero los nobles y funcionarios de alto rango lo hacían a caballo, en coches de alquiler o en coches privados. Y por gracia de los caballos de los jinetes y de los caballos que tiraban de los carruajes, los caminos se llenaban de bostas ( mierda de caballo ) Los cómicos y las cómicas auguraban que iban a tener mucho público cuando en las inmediaciones del corral de comedias se veía mucha mierda. "Hoy hay muchísima mierda, vamos a tener lleno el corral"





  


Luis Romero Gaona, "Yuki", tenía el mejor teatro portatil de comedias de aquella época ( años setenta del pasado siglo ) con un extenso reperterio y grandes "fines de fiesta" de variedades. Estuve actuando en su carpa muy poco tiempo, apenas una semana, porque no nos pusimos de acuerdo en las condiciones, no en las económicas, sino en el tipo de trabajo.
Su teatro, digo, era envidiado por otros empresarios de carpa. Su roulotte vivienda, similar a la de Angel Cristo, era lo máximo en tamaño, confort y lujo. Estando dentro de ella te sentías como si estuvieses dentro de un chalet.
Bien, pues el teatro se llamaba "Teatro Benavente", y aquí llega la anécdota:
Al igual que en las demás compañías de carpa, no podía faltar en el repertorio "La Malquerida", el gran drama rural de Don Jacinto Benavente. Y también era usual, al igual que en las demás empresas, anunciar la función con la megafonía de un coche recorriendo las calles de los pueblos. ( A mi me tocó "pregonar" por el micrófono muchísimos días con el coche del Teatro Popular Español y del Teatro Regional )
Pues vean ustedes como sonaba la megafonía del Teatro Benavente en una famosa localidad zamorana llamada... Benavente: "Querido público de Benavente... hoy, en el teatro Benavente, presentamos la obra La Malquerida de Jacinto Benavente"






martes, 12 de marzo de 2013

Anécdotas de un mejillón y una leona. III





CINE. "No es una peli del Oeste, hombre"

Tengo un tío amigo de uno cuyo trabajo consistía en rellenar escenas de películas con el "ganado" habitual: los extras. Así es como varios miembros de la familia y amigos participamos en algunos rodajes en Barcelona.
En casa de mis tíos solíamos reunirnos diariamente un grupito, Jaume, Manolo, José y yo. Ellos eran antiguos compañeros de trabajo, todos a la calle cuando cerró la empresa farmacéutica, conque desocupados buscando un curro.
Una tarde, mi tío me dijo que necesitaban gente para 'Una mariposa sobre el hombro', una peli policiaca con Lino Ventura. Tenía que presentarme al día siguiente, cuando las calles aún no están puestas, en el Hotel Colón, vestida con elegancia pero de viajera y llevando una maleta. Por supuesto, estaba dispuesta.

Pero mi tío me aconsejó que se lo contara mi madre. Pasaba que esos días no me hablaba con ella por una discusión muy gorda que tuvimos y como conocía bien a su hermana, me dijo: "Anda que si te ve salir de casa, aún de noche y con la maleta...". ¡Ja ja ja! Era verdad, así que durante la cena rompí mi silencio y se lo conté. Bueno, ahí hicimos las paces y a la mañana siguiente se levantó para verme vestirme y maquillarme, y... comprobar que la maleta estaba vacía, ¡juas! Incluso me acompañó a la parada del autobús, no fueran a violarme.

Los preparativos de un rodaje llevan horas y te puedes aburrir o divertir bastante, depende de lo que haya. Pasaron lista, nombrando a cada uno por el nombre y apellido, excepto uno: "La señora del perro". ¿? Salía un perro, pero digo yo que su dueña debía tener nombre, ¿no? Se ve que el responsable del "ganado" andaba despistado y se le olvidó anotarlo. Me pregunto si a la hora de pagar hicieron poner al chucho la pata entintada en el recibo, je je je...

La peluquera estaba cabreada porque todas habían ido con el pelo recién lavado y no podía peinarlas. Usó un montón de botes de laca para conseguir que los cabellos tuvieran la necesaria consistencia para darles forma. Conmigo no hubo problema por tener una cabellera espesa y abundante.
Hay que tener en cuenta que todas llevaban el pelo más o menos igual, según la moda del momento y había que hacer distinciones porque se trataba de viajeras, no de un paseo de vecinas por el barrio.

Pero lo divertido fue cuando el realizador examinó a nuestro amigo Manolo de arriba abajo con aire inquisitivo y dudando. Éste se había puesto la ropa más elegante que tenía -y que nosotros no le habíamos visto porque no la usaba a diario-, un pantalón de pana nuevecito y con parches de polipiel en los bolsillos, je je je... Al fin exclamó: "¡Que no es una película de vaqueros, hombre!".

Naturalmente, a Lino Ventura no lo vi ni de lejos.



lunes, 11 de marzo de 2013

Anécdotas de un mejillón y una leona. II

Un clown en La Malquerida




La anécdota es real, como todas las que voy a contar, y los personajes están citados con sus verdaderos nombres artísticos. La cosa sucede en el "Teatro Popular Español", carpa de comedia en donde hice mis primeros pinitos como actor profesional hace muchísimas lunas.

"Tino Garciluis", padre en la vida real de "Tino Melgar" es un hombre mayor. Ambos forman parte de la familia dueña del teatro.
A Don Tino padre, que se tiene más que hecho su papel de "Tío Eusebio" en La Malquerida, drama del insigne Benavente, le da cierto día por distraerse releyendo el libreto de la obra, y se fija especialmente en una de las observaciones del autor: "El tío Eusebio aparece pálido, demacrado..." Total, que el hombre, feliz ante el interesante hallazgo, se entrega laboriosamente a una concienzuda caracterización para dotar a su personaje de la "palidez" requerida. Y qué estropicio se haría el buen hombre para que su hijo metiese aquella histórica "morcilla" en una escena ( me lo contaron, yo no lo vi, pues fue antes de que entrase a trabajar en la compañía ) en la que el tío Eusebio, más que un hombre pálido, ¡parecía un clown!


El gran momento

La tía Raimunda atiende en su casa al tío Eusebio, que acaba de llegar de la calle con muy malas nuevas, por eso está tan pálido. En eso entra en escena el tío Esteban ( Tino Melgar ) La primera frase que tiene que decir el tío Esteban es "Anda, Raimunda, sácale una jarra de vino al tío Eusebio" Pero el personaje cede su puesto al actor al observar este el rostro de su padre, y su frase es otra: "Anda, Raimunda, sácale una palangana con agua y jabón al tío Eusebio para que se lave la cara"
Dicen que la bronca que se lió entre cajas fue memorable. Hasta el público llegaron los gritos.