domingo, 25 de agosto de 2013

TECLEAR EN VERANO (III)

Julio César
(Sigue de ROMA)


Julio César estaba intrigado por lo que estaba sucediendo. Ya había comprobado que el vidrio tras el cual se hallaban él y sus acompañantes era irrompible. Estaban cómodos, en divanes donde reclinarse, además de contar con camas tras cortinajes, baños que tuvieron que aprender a usar, ya que el agua fluía manejando un sencillo mecanismo, sin necesidad de esclavos, y la comida la recibían a cualquier hora, tan sólo apretando un botón en la pared. Aparecían ante ellos, abriéndose una puertecilla, las viandas más apetitosas que pudieran desear. Eso sí, no lo que pidieran.
No tenía queja de la mujer que los mantenía recluídos, aunque al principio se había enfurecido, pero luego, viendo ante sus ojos un gran lienzo en la pared que estaba detrás de la mujer, apareciendo en él imágenes nunca sospechadas, mágicas, creyó en sus palabras y se dispuso a esperar pacientemente su promesa de devolverlos a casa. Tenía que controlar a su sobrina Atia, esa loca que podía echarlo todo a perder por sus infulas de gran señora, ofendiendo a quien tenía su vida en sus manos

Lo que había en la pared detrás de la mujer del teclado era una gran pantalla de plasma y mostraba lo mismo que en la de su ordenador. Eran testigos, pues, de lo que ella hacía y aunque no entendían gran cosa, sí que César comprendió su importancia y decidió callar y dejarla hacer.

- ¡Ramera! -gritó Atia.
Todos los romanos tragaron saliva. Lucio Voreno y Tito Pulio tocaron la empuñadura de sus espadas. Aunque sabían que nada podían hacer, era un acto reflejo de bragados guerreros.
Antes de que Julio César pudiera intervenir, lo hizo Octavio, el hijo de Atia.
- Madre, calla.
- ¿Que calle? -se volvió furibunda la mujerzuela a su hijo- ¿Eres consciente de quienes somos?
- Sí, madre, lo sé. Pero ahora no estamos en Roma, estamos a merced de una dama que tiene nuestra vida en sus manos y no creo que sea inferior a nosotros, así que no la ofendas.
- ¿Que no es inferior...?
- Mi querida sobrina, Atia de la Casa Julia -dijo César con mirada feroz-, te ordeno que no vuelvas a hablar.
Luego se dirigió a la mujer del teclado y haciendo un gesto que podía interpretarse como disculpa, le dijo:
- Señora, antes habéis dicho a mi sobrina, para la cual os ruego tengáis paciencia y buena voluntad, que la Casa Julia ya no existe. ¿Cómo puede ser cierto?

La mujer del teclado volvió a intercambiar una mirada con su huargo. No sabía cómo decirlo, pero hizo de tripas corazón.
- Así es, César, vuestra Casa ha siglos que ya no existe.
La reacción tras el vidrio fue de circo romano, pero César se mantuvo impertérrito.
- ¿Podéis demostrárnoslo?
- Sí, si así lo queréis. Pero os advierto que no será agradable.
- ¡Sea!
- Ahora no, tengo asuntos urgentes de los que ocuparme, pero os prometo que lo haré lo más pronto posible.

Atia gritó, Marco Antonio mostró su sonrisa sarcástica, Posca estaba asombrado y Octavio rumiaba en silencio. Voreno y Pulio se miraron perplejos, pero sólo un instante, sabían cuando alguien mandaba, no en vano eran soldados con experiencia.
- Sea, señora -aceptó Julio César con calma.
Y la mujer salió de la estancia, seguida por Lobo Gris.

Continuará...


3 comentarios:

  1. Oh, qué locos están estos romanos!", qu diría Asterix.
    No cabe duda de que se lo montaban de fábula, y el pueblo pasaba menos hambre que durante los imperios español o francés, pongamos por caso.
    Julio Cesar, todo un tipo!
    Esa Atia reune todo el coraje del Imperio, oh!
    ( Lástima que no este no sea el formato preferido del ilustre director, je, je!

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    1. Sí, tenían "pan y circo", pero se armó la gorda cuando Marco Antonio se fue a Egipto a jugar a "mamás y papás" con Cleopatra, pues no mandaba a Roma el grano y hubo que ir a buscarlo: batalla de Accio.
      Atia era una furcia de mucho cuidado, ordenando torturas y asesinatos como quien pide dos kilos de patatas y uno de tomates.

      (Entre usted y yo, el director chochea, je je je...)

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