sábado, 31 de agosto de 2013

TECLEANDO EN VERANO (VII)

Otro infiltrado

Viene de Lobo Gris


- He solucionado lo de la cocina -dijo el lugarteniente a la mujer del teclado-
- ¿Cómo? -inquirió ésta-
- He trasladado a todos, alejándolos de aquí y los he sustituido.
- ¿Por quienes?
- Te va a gustar -dijo con una sonrisa-. He traído a Josa, sus hermanos y a Dori.
- ¡Fantástico!

Eran gente de toda confianza, conocidos por la mujer del teclado desde hacía años, y por su lugarteniente, que había trabajado con ellos, además de que Dori era su ex esposa, con la que tenía un hijo. Profesionales de los fogones y la hostelería, sobretodo Josa, un gran cocinero.
La mujer sonrió al recordar cuando convenció a su lugarteniente, años ha, de que trabajase para ella como camarero en un restaurante que por entonces regentaba. Necesitaba a dos y trajo consigo a Dori, por entonces su novia. Sólo era para la cena de Fin de Año y ambos solían trabajar en esa fecha en discotecas, ella como camarera y él como guardia de seguridad. Les convenció de que cobrarían lo mismo, pero sin borrachos ni alborotadores, era un restaurante familiar.
Lo divertido fue que obligó a Nando a ponerse una corbata de lazo de terciopelo negro. Se resistió como gato panza arriba, estaba convencido de que con la camisa blanca y el pantalón negro bastaba, pero acabó claudicando porque la jefa era ella. También tenía un lazo para Dori, pero al ver su blusa, de cuello largo, consideró que no era necesario.
Habían pasado varios años, ellos se casaron, tuvieron un niño, se separaron, pero la amistad entre la mujer del teclado y su lugarteniente siguió.

- Voy a ver qué hacen los "okupas" -le dijo con un guiño, contenta de que el asunto de los venenos estuviera controlado-
Entró en su sala de trabajo y saludó brevemente con la cabeza a los espécimenes al otro lado del vidrio, pero antes de que pudiera sentarse ante el teclado sufrió un espasmo. Lobo Gris la miró alarmado. La mujer trastabillaba, perdía el equilibrio, intentaba mantenerlo pero daba tumbos, a punto de caer.
El huargo se levantó y la cogió por la ropa con sus dientes, arrastrándola fuera de la sala.  Cinco personajes tras el vidrio estaban muy interesados. En realidad todos, pero Cayo Julio César pensó si la mujer sufría el mismo mal que él, epilepsia, y claro, también Octavio, que fue testigo de ello, así como Posca, el esclavo, que lo sabía perfectamente. Octavia y su amante Servilia también lo sabían al haberle sonsacado la primera a su hermano cuando lo sedujo y habérselo comunicado a ella, deseosa de acabar con César.

El lobo hizo que se abrieran las puertas y arrastró a la mujer fuera. El guardia que estaba al otro lado la cogió en brazos, sin saber qué pasaba y se dispuso a llevarla a la enfermería, había quedado sin sentido. Lobo Gris rastreó su mente y se lo permitió. Por un momento tuvo intención de acompañarles, pero después de unos pocos pasos se volvió. Regresó a la sala de trabajo, entró en las estancias privadas y se dispuso a esperar tras la puerta cerrada, fuera de la vista de los "visitantes" y de cualquiera que entrara, todos los sentidos alerta.

Sólo tuvo que esperar unos minutos. Percibió la presencia de alguien con malas vibraciones. Rastreando la mente de los "visitantes, "vió" que el intruso intentaba acceder al ordenador. Entonces salió y se abalanzó sobre él, inmovilizándolo fácilmente. Estaba sobre su pecho, en el suelo, enseñándole los colmillos babeantes, las fauces retraidas y gruñendo sordamente.
Se abrió la puerta del pasillo y entró el lugarteniente con algunos hombres más. Levantaron al nuevo infiltrado y se lo llevaron bajo órdenes explícitas de Nando.
Éste miró a los ojos al huargo y le pidió que siguiera allí, que su ama estaba bien y se recuperaba.

Los "visitantes" estaban inquietos, no entendían nada. ¿Y si los infiltrados pretendian liberarlos y la mujer no lo permitía? Todo eran cábalas.

Continuará...


miércoles, 28 de agosto de 2013

TECLEANDO EN VERANO (VI)

Lobo Gris

Viene de Atia y Servilia





Hay quienes afirman, totalmente convencidos, que los animales carecen de entendimiento y razonamiento. Nada más falso, son como las personas, buenos o malos, según, y en cuanto a inteligencia, suelen gozar de ella más que muchos de los humanos, el problema es que no pueden mostrarlo, ya que suelen "tocarles" humanos de pocas luces que se limitan a reírles las gracias.

Lobo Gris vigilaba a los romanos tras el vidrio. Sabía lo que pensaba cada uno de ellos, era él quien debería, en ausencia de la mujer, activar el dispositivo para aislar a todos entre ellos en caso de necesidad. ¿Qué dispositivo? Una simple nota de su voz. Así de fácil y sencillo.
También sabía que nadie podía obligarle a ponerse delante de una puerta para abrirla. Muerto o inconsciente no servía, era su voluntad la que permitía abrirse cualquier puerta, igual que su ama, y ninguno de los dos permitirían ser manipulados, sabían bloquear su mente a conveniencia.

Buceó brevemente en la mente de Cayo Julio César. Su ama ya le había mostrado, mirándolé a los ojos, la historia de este sujeto. Ya sabía su final. Pasó su vista a Servilia, la asesina de César al obligar a su hijo Bruto y a los demás al regicidio, sólo por sentirse ofendida como amante despechada, aunque arguyera que se trataba de salvar la República.
Se detuvo en Marco Antonio. Interesante especimén. Un fornicador como todos los de la época. Amante de Atia, no se cortó en decirle, en una de sus discusiones, que era una vieja arpía. Pero luego volvió a recuperarla porque no conocía una amante tan buena como ella.

El huargo miró a Octavia, la hija de Atia. Era feliz en su matrimonio, pero su madre ordenó al judío -y amante suyo- Timón, asesinar a su yerno para poder casar a su hija con Pompeyo el Grande cuando este enviudó de Julia, la hija de César, por un mal parto.
De nada sirvió, Pompeyo rechazó a Octavia y matrimonió con otra mujer. Eso sí, después de haberse beneficiado a Octavia, ya que su madre insistió en ello antes de los esponsales.

Lobo Gris no entendía mucho del comportamiento social de los humanos, pero su ama le había mostrado lo suficiente para saber que la gente detrás del vidrio no era buena.
Vió en los ojos de Octavia y de Servilia que serían amantes. Vió que Servilia, loca por acabar con César, obligaría a esta a seducir a su hermano Octavio: "Los amantes no tienen secretos". Octavio había sido testigo de un ataque epileptico de César, pero juró callar. Su hermana se lo sonsacó al acostarse con él y Servilia lo usó para incitar a su asesinato.

El enorme lobo se sentía harto de ver lo que veía. No le extrañaba que su ama anduviera cansada, prácticamente agotada, pero él seguiría ayudándole.
Echó un último vistazo a los soldados de la XIII legión, Publio Voreno y Tito Pulio. Encontró algo interesante, pero no imperativo. Y se durmió, con un ojo abierto. Bueno, sabía que su ama dormía con los dos ojos abiertos, pero en fin.

Continuará...

martes, 27 de agosto de 2013

TECLEANDO EN VERANO (V)

Atia y Servilia

Viene de El prisionero


Mientras la mujer del teclado, su lugarteniente y su huargo estaban enfrascados en su trabajo, intentando descubrir a los infiltrados y atrapar al traidor, tras el vidrio blindado, la infame Atia no cejaba en su empeño de herir a Servilia, la amante de su tío Cayo Julio César.
Servilia tampoco era de buena pasta. Mujer rencorosa y vengativa, cuando Julio César le dijo que todo había terminado entre ellos, pasó del amor al odio y no cejó hasta obligar a su hijo Bruto a asesinar al César.
La mujer del teclado sabía todo esto, motivo por el cual pasaba de sus invitados. Le producían arcadas, pero tenía que contenerse para que no se soliviantasen y causaran problemas.
Ya tenía preparado un dispositivo que les aislaría a cada uno de ellos en caso de necesidad. No temía por Lucio Voreno ni Tito Pulio, los dos soldados armados de la XIII legión, sabía que no empuñarían sus espadas contra ninguno de los romanos recluídos, pero tampoco podía contar con ellos. Eran de otro mundo, de otra época y no entendían donde estaban.

Atia se acercó a Servilia y le acarició el rostro. Solía hacerlo, mostrarse agradable y cariñosa, mientras por la espalda clavaba la puñalada, como cuando ordenó a Timón, el judío a su servicio y amante suyo, que sus hombres asaltasen la litera de Servilia, asesinaran a sus esclavos y a ella le cortasen el pelo y la desnudasen en medio de la calle.

- Querida Servilia, ¿no te da miedo esta mujer que nos tiene prisioneros?
- No. -respondió la de la Casa Junio, seca y distante-
- No quiero alarmarte, mi querida amiga, pero... ¿y si nos ofrece a sus hombres?
- Estoy segura de que no.
- Tal vez... -y acarició el rostro de Servilia- Pero... ¿y si prefieren jóvenes guerreros?...
- Mi hijo Bruto está a salvo. Preocupáte del tuyo, Octavio, que es más joven y no sabe manejar la espada.
Atia se dió cuenta de su error y calló. Su hijo la llevaba por la calle de la amargura. Se dedicaba a la lectura y la poesía y tuvo que obligarle a romper su virginidad mediante órdenes a Tito Pulio, que lo llevó a un burdel. Pulio era experto en burdeles, pero tuvo que buscar uno de alto rango, uno al que él no podía ni pisar el dintel.

La puerta de la sala de trabajo se abrió y entró el lobo huargo. Solo. Echó un vistazo a los especímenes tras el vidrio y se echó, en la posición de las esfinges, sin separar su vista de ellos.
Atia no volvió a abrir la boca, quedó muda.

Continuará...


lunes, 26 de agosto de 2013

TECLEANDO EN VERANO (IV)

El prisionero

Viene de Julio César





Lobo Gris sabía a donde se dirigian. Le tenía sin cuidado el prisionero, no mataba humanos; al menos, su ama nunca se lo había ordenado y él siempre cumplía sus deseos. Sabía cuando ella mentía a los humanos, sabía que lo hacía por necesidad. Sabía que había humanos tan necios que se creían cualquier cosa expresada con palabras. Su ama y él nunca habían necesitado palabras, incluso sin establecer contacto visual, ambos sabían lo que pensaba el otro aunque estuvieran separados por kilómetros de distancia.

La mujer y su huargo giraron en el pasillo y entraron en una estancia cuyas puertas se abrieron automáticamente. Los demás necesitaban identificarse electrónicamente, pero ellos no, todo se abría a su paso.

- Nando -dijo dirigiéndose a su lugarteniente-, ¿has averiguado algo?
- Malas noticias -respondió éste, preocupado- La persona que aceptaba nuevos guerreros ha desaparecido.
- Explícate.

El lugarteniente le contó que se trataba de alguien supuestamente de toda confianza, que estaba con ellos casi desde el principio y ahí seguía, hasta que el infiltrado fue detenido.
- Un traidor -murmuró la mujer sombriamente. Y añadió- ¿Le conocías bien?
- Todo lo bien que podemos conocernos entre nosotros, ya sabes, hablar poco, no dar datos...
- Lo sé. Sólo puedo confíar ciegamente en ti y en Alex por conoceros anteriormente. Y en Lobo Gris, claro -añadió mirando al enorme huargo- Por cierto, ¿cómo se encuentra?
- Alex está bien. Al parecer recibió una descarga del infiltrado con un objeto oculto en su traje y que estamos estudiando.
- Me alegro mucho. Que descanse lo necesario para recuperarse al 100%, me váis a hacer mucha falta. Y ahora vamos a hacerle una visita al prisionero.

Salieron los tres, dirigiéndose a las celdas. Hombre y mujer caminaban serios. El lugarteniente señaló una puerta y esta se abrió cuando la mujer se puso delante.
El prisionero dió un respingo al verles entrar con el huargo. Empezó a sudar copiosamente y a temblar, pero la mujer miró al gran lobo y este se sentó tranquilamente, sin mostrar ningún interés por el preso.
El hombre fue interrogado por la mujer del teclado con preguntas concisas, pero nada pudieron sonsacarle. No sabía nada, ni siquiera conocía a la persona que había permitido su entrada. Le seleccionaron prometiéndole una fuerte paga y tampoco tenía claro a qué se dedicaba la organización en la cual lo habían infiltrado. Sólo era un mercenario, aunque sí dijo creer que no era el único, pero tampoco estaba seguro.

La mujer lo miró fijamente a los ojos.
- He garantizado tu vida, pero... no puedo hacerlo si hay otros infiltrados como tú porque cualquiera de ellos puede acceder a ti identificándose electrónicamente como hiciste tú en mi sala de trabajo... -la amenaza quedó latente-
- ¡No sé quienes son! ¡No lo sé! ¡Lo juro!
- Haz un esfuerzo -intervino el lugarteniente- De alguna manera tenéis que reconoceros, por ínfima que sea.
- Así es -apostilló la mujer-, es absurdo que no os podáis reconocer. A ti ya te conocen ellos por haber sido hecho prisionero, creo que no te van a dejar vivir mucho tiempo y yo no podré hacer nada por evitarlo.

El prisionero tragó saliva. Era evidente que se encontraba en un mar de dudas, pero estaba demasiado alterado. No había pensado ser descubierto cuando pretendió matar a la mujer y apoderarse de la información de su ordenador. Deshacerse del guardian fue fácil con el dispositivo que le habían facilitado, pero sucumbió ante los zarpazos de aquella leona humana. ¡Para esto no lo habían preparado!

- Vámonos, Lobo -dijo ésta al animal- pronto tendremos que ocuparnos de un cadáver...
- ¡No! ¡No!
Pero la mujer salió sin hacerle caso, seguida del huargo y su lugarteniente. Sabía que el prisionero no iba a hablar. Al menos de momento.
Una vez fuera, se dirigió al hombre.
- Nando, que Alex monte guardia ante esta puerta si está en condiciones de ello y no deje pasar a nadie. Recuérdale como fue abatido y que no establezca contacto físico. Si es necesario, que dispare sin contemplaciones porque no sería nuestra gente.
- Así se hará.
- Y otra cosa, investiga en la cocina. No quiero que sea envenenado, ni mucho menos nuestros "visitantes". Me temo que quien sea que nos los ha traído aquí va a por ellos. Un accidente ha hecho que lleguen aquí, pero sospecho que su destino era otro y quieren recuperarlos. O eliminarlos -dijo sombriamente-

El lugarteniente asintió. Era consciente de los tremendos cambios en la Historia que podían suceder si la mujer no conseguía devolver a los romanos a su época sanos y salvos. No se trataba sólo de hechos históricos, sino de millones de personas que dejarían de existir de un plumazo, sin llegar a nacer. Generaciones enteras.

Continuará...


domingo, 25 de agosto de 2013

TECLEAR EN VERANO (III)

Julio César
(Sigue de ROMA)


Julio César estaba intrigado por lo que estaba sucediendo. Ya había comprobado que el vidrio tras el cual se hallaban él y sus acompañantes era irrompible. Estaban cómodos, en divanes donde reclinarse, además de contar con camas tras cortinajes, baños que tuvieron que aprender a usar, ya que el agua fluía manejando un sencillo mecanismo, sin necesidad de esclavos, y la comida la recibían a cualquier hora, tan sólo apretando un botón en la pared. Aparecían ante ellos, abriéndose una puertecilla, las viandas más apetitosas que pudieran desear. Eso sí, no lo que pidieran.
No tenía queja de la mujer que los mantenía recluídos, aunque al principio se había enfurecido, pero luego, viendo ante sus ojos un gran lienzo en la pared que estaba detrás de la mujer, apareciendo en él imágenes nunca sospechadas, mágicas, creyó en sus palabras y se dispuso a esperar pacientemente su promesa de devolverlos a casa. Tenía que controlar a su sobrina Atia, esa loca que podía echarlo todo a perder por sus infulas de gran señora, ofendiendo a quien tenía su vida en sus manos

Lo que había en la pared detrás de la mujer del teclado era una gran pantalla de plasma y mostraba lo mismo que en la de su ordenador. Eran testigos, pues, de lo que ella hacía y aunque no entendían gran cosa, sí que César comprendió su importancia y decidió callar y dejarla hacer.

- ¡Ramera! -gritó Atia.
Todos los romanos tragaron saliva. Lucio Voreno y Tito Pulio tocaron la empuñadura de sus espadas. Aunque sabían que nada podían hacer, era un acto reflejo de bragados guerreros.
Antes de que Julio César pudiera intervenir, lo hizo Octavio, el hijo de Atia.
- Madre, calla.
- ¿Que calle? -se volvió furibunda la mujerzuela a su hijo- ¿Eres consciente de quienes somos?
- Sí, madre, lo sé. Pero ahora no estamos en Roma, estamos a merced de una dama que tiene nuestra vida en sus manos y no creo que sea inferior a nosotros, así que no la ofendas.
- ¿Que no es inferior...?
- Mi querida sobrina, Atia de la Casa Julia -dijo César con mirada feroz-, te ordeno que no vuelvas a hablar.
Luego se dirigió a la mujer del teclado y haciendo un gesto que podía interpretarse como disculpa, le dijo:
- Señora, antes habéis dicho a mi sobrina, para la cual os ruego tengáis paciencia y buena voluntad, que la Casa Julia ya no existe. ¿Cómo puede ser cierto?

La mujer del teclado volvió a intercambiar una mirada con su huargo. No sabía cómo decirlo, pero hizo de tripas corazón.
- Así es, César, vuestra Casa ha siglos que ya no existe.
La reacción tras el vidrio fue de circo romano, pero César se mantuvo impertérrito.
- ¿Podéis demostrárnoslo?
- Sí, si así lo queréis. Pero os advierto que no será agradable.
- ¡Sea!
- Ahora no, tengo asuntos urgentes de los que ocuparme, pero os prometo que lo haré lo más pronto posible.

Atia gritó, Marco Antonio mostró su sonrisa sarcástica, Posca estaba asombrado y Octavio rumiaba en silencio. Voreno y Pulio se miraron perplejos, pero sólo un instante, sabían cuando alguien mandaba, no en vano eran soldados con experiencia.
- Sea, señora -aceptó Julio César con calma.
Y la mujer salió de la estancia, seguida por Lobo Gris.

Continuará...


viernes, 23 de agosto de 2013

TECLEANDO EN VERANO (II)



Roma Viene de la entrada anterior.

La mujer no habría lanzado a su huargo contra el infiltrado, pero le pareció que esta amenaza era más efectiva y contundente, ya que si alguien sabía de ella y sus hombres, sabía también que no torturaban. Cosas de la información que volaba impunentemente a pesar de todas las precauciones, ya que la prueba la tenía ante su vista al haberse infiltrado el enemigo.

Todos estaban expectantes, excepto el lugarteniente, el cual conocía a la mujer casi tanto como su lobo huargo y sabía que se trataba de una añagaza.

- ¡Lobo! Mira qué pestilencia ha dejado en mis estancias este cerdo -dijo la mujer al huargo en referencia a que el infiltrado había vaciado sus esfínteres- ¡Limpia!
El enorme lobo, sin separar la vista del infiltrado, gruñó, enseñándo más sus terribles dientes y acercándose poco a poco a la cara de éste. Sabía lo que pretendía su ama, se comunicaban mentalmente. Era algo que sus hombres no comprendían, pero de lo que tenían hartas pruebas y sentían un inmenso respeto por ambos, lobo y ama, porque además, ella era respetuosa y educada con sus hombres, sólo exigía lealtad y obediencia de las ordenes recibidas, las cuales siempre eran claras y concretas, y el lobo... los más valientes jugaban con él sin temor.

- ¡No! ¡No! ¡Hablaré!

Tras el vidrio blindado se alzó una ceja. Cayo Julio César estaba realmente interesado en lo que ocurría. La mujer pensó en la Historia, lo que conocía de aquella gente atrapada tras el vidrio, cual insectos en ámbar pero vivos, en movimiento. Pensó: "Qué rameras y furcias fueron las mujeres nobles de Roma, y qué miserables sus hombres que ostentaban cualquier poder, por pequeño que fuera". Miró despectivamente a Posca, el esclavo de Julio César que luego robaría el oro de la República cuando fuera liberto.
Su lugarteniente la volvió a la realidad apretándole blandamente el brazo.
- Lobo Gris espera instrucciones -le dijo sin sorprenderse por el despiste, dado que sabía de qué iba el asunto tras el vidrio y comprendía la ingente tarea-
- Gracias. Ahora me pongo.
Volvió a mirar a los ojos al infiltrado, haciendo señal al huargo de que se apartase.
- Bien, ¿qué tienes que decirme?
El hombre tragó saliva dificultosamente. Todo él temblaba y acabó hablando a trompicones.
- Yo... Yo... -la mujer esperaba pacientemente, en silencio- No sé mucho... señora... sólo que no soy el único... Pero... pero... tampoco sé quienes son los otros...
- ¡Nando! - bramó la mujer, y su lugarteniente se cuadró- ¿Quien mierda se encarga últimamente de aceptar guerreros?
El lugarteniente palideció. Sabía que él debería haberlo sabido. Era un descuido imperdonable. El huargo se volvió hacia él, sin enserñarle los dientes ni gruñir, sólo mirándole con sus ojos que decían tantas cosas... Nando no las entendía siempre, pero sabía que decían mucho y en esta ocasión supo que el gran lobo le hacía un reproche como su ama.
- ¡Lo averiguaré enseguida!
- Ve y no pierdas tiempo, es muy importante -y dirigiéndose a sus otros hombres, ordenó- ¡Llevaos a este a una celda!

Se sentó ante el teclado y el huargo se echó a sus pies. Cabizbaja, tuvo que alzar el rostro cuando una de las mujeres "visitantes" se dirigió a ella.
- ¡Soy Atia de la Casa Julia! -dijo con prepotencia y desdén, como quien en aquellos tiempos se dirigía a un esclavo-
Julio César, consciente ya de lo que ocurría, aunque lógicamente, no acabara de entenderlo, la mandó callar. Imposible. Una de las más grandes rameras nobles de Roma, una furcia fornicadora, imbuida de su rango, no callaba ante nadie.
La mujer la miró, entre asco y pena.
- ¿Y? -le inquirió-
- ¿Quien eres tú para mantenernos encerrados aquí? ¡Lo lamentarás! ¡Serás azotada hasta la muerte! ¡Lamentarás haber nacido, ramera!
La mujer del teclado miró a los ojos del huargo, el cual ni se había inmutado, pero sí levantado la cabeza, mirando a su ama. Ambos se decían "menuda puta loca, la que le espera".
- Atia de la Casa julia. Estás encerrada para preservar tu vida, la cual espero devolver a su lugar de origen en su tiempo. Si eres necia, yo no tengo la culpa. Y no vuelvas a dirigirte a mí como lo haces a tus esclavas, porque tal vez haga entrar a Lobo Gris en tus estancias.
- ¡No te atreverás!
- ¿Por qué no? Aquí mando yo y tú no eres nadie, sólo una ramera cuya Casa ya no existe.

Hubo un revuelo tras el vidrio blindado. Era evidente que los "visitantes" no eran tontos.

Continuará...

lunes, 19 de agosto de 2013

TECLEAR EN VERANO

Un infiltrado.





La mujer estaba ante el teclado. Delante suyo tenía un vidrio protegido a prueba de balas y de cualquier cosa. Tras éste, Cayo Julio César; Marco Antonio; Servilia de la Casa Junio, su antigua amante y madre de su hijo Bruto; Atia de la Casa Julia, sobrina de César, Octavio, hijo de ésta, y un par de pobres y valientes hombres que llevaban años dando su vida por la Repúbica de Roma: Lucio Voreno y Tito Pulio, el primero de alto rango, cuyo honor tenía en gran estima; el segundo, un borrachín fornicador, pero valiente en extremo, capaz de dar su vida sin dudarlo por defender a un amigo. Había más gente de esa época, pero la mujer los ignoraba mientras tecleaba en su ordenador.

Ya había hablado con ellos. Les había explícado que estaban allí por un accidente del espacio-tiempo, que estaban en el futuro y que intentaría devolverlos a su época.
Naturalmente, los "visitantes del pasado" no se creían nada y se quejaban de estar encerrados detrás de un vidrio que no podían romper, a pesar de contar con todas las comodidades que conocían.

La mujer era paciente. Mucho. Intentó explícarles lo de la transmisión de enfermedades, motivo por el cual se encontraban en una zona ésteril, tanto por lo que ellos pudieran llevar encima -ya erradicado-, como por lo que podrían contraer en su paso por el futuro. Ella recordaba la ingente cantidad de indios que fenecieron en el Nuevo Mundo, muertes achacadas a los "conquistadores", cuando en realidad se trató de virus desconocidos por entonces en aquellas tierras.

Tecleaba la mujer, buscando una solución, cuando se abrió la puerta y entró uno de sus hombres (por el uniforme). Sin embargo, su aspecto era amenazador y no lo conocía.
Detrás suyo entró otro que sí, y ambos se enzarzaron en una cruenta lucha. La mujer se mantuvo impasible, confiando, pero cuando el que conocía cayó, se levantó del teclado y fue rauda a plantar cara.
Impertérrita, alzó el brazo izquierdo deteniendo el golpe que le lanzaba el infiltrado, al tiempo que estrellaba su puño derecho contra la nariz del adversario. El siguiente paso habría sido levantar la pierna y golpearle con ella. Los tres pasos iniciales de las artes marciales. Pero la mujer no podía. Tenía la espalda poco menos que destrozada, así que usó sus uñas, largas, afiladas y fuertes a más no poder, ¡uñas de leona!

Zarpazo va, zarpazo viene, el rostro del infiltrado acabó cubierto de sangre. Le pegó un rodillazo en la entrepierna y cuando su cabeza se abatió por el dolor, la cogió y estrelló su cara en la rodilla.
Quedó tendido en el suelo, gimoteando, medio ido.

Por la puerta entró Lobo Gris, el enorme huargo que había recibido las sensaciones de su ama. Se plantó delante del enemigo, enseñando sus dientes y gruñendo amenazadoramente. El hombre no osó mover ni una ceja.
Presto llegaron los hombres al mando de la mujer. Esta pidió que llevaran al herido -su soldado-, a la enfermería, después de comprobar que vivía.

- No hace falta, estoy bien -dijo este trastabillando cuando lo levantaron-.
- Alex, eres uno de mis mejores hombres. No habrías caído de esta manera si no te hubiera tocado algo importante. Quiero que el doctor te examine y quedarme tranquila.

El soldado accedió y salió sujetado por un compañero y amigo.
La mujer se volvió a uno de sus hombres.

- ¿Sabes quien es este? -dijo señalando al agresor.-
- Es nuevo. Hace poco que está entre nosotros.

El hombre hablaba con precaución, siendo consciente de los que habían al otro lado del vidrio blindado. La jefa les había advertido de no hablar de más, que se trataba de un asunto muy peliagudo.

-Bien, pregúntale por qué ha hecho esto y cuáles son sus intenciones.
- ¿Aquí o en...?
- Aquí. Tenemos invitados y quiero que sepan como actuamos.

El agresor fue depositado en un sofá de la gran sala donde la mujer trabajaba, delante de los "visitantes". Estaba hecho un cromo, cubierto de sangre y le costaba abrir los ojos. Gemía.

- ¿Cual  es tu verdadero nombre y qué intenciones te han llevado aquí? -preguntó el lugarteniente-.
- ¡No! ¡No! ¡Nunca diré nada! ¡Me matarian!

La mujer pidió silencio a su hombre. Fue por otra puerta, donde tenía sus estancias particulares, y salió con un paquete de tohallitas húmedas. Le pidió que limpiara con cuidado los ojos del agresor.
Una vez este pudo ver, la mujer dirigió una mirada a su lugarteniente, indícandole que siguiera con el interrogatorio.

- Debes hablar -insistió este-. ¿Quienes te matarían? ¡Habla!
- ¡No puedo decirlo! ¡sería hombre muerto!

La mujer se acercó a él, poniéndose ante sus ojos. Consciente de la presencia de los "visitantes", habló sabiendo lo que decía.

- Te niegas a hablar, sabiendo que nosotros no torturamos, algo propio de cobardes. Pero cuidado, que si no nos sirves de nada, ni mis hombres ni yo nos mancharemos las manos. ¿Qué te parece mi huargo?... No tortura, se límita a terminar un asunto fastidioso sin más.

El inmenso lobo gruñó, percibiendo las palabras de su ama y el detenido dejó ir sus esfínteres.

- ¡No puedo! ¡No puedo!

La mujer se le acercó más.

- ¿Tal vez porque aquí hay más traidores como tú?

Todos, incluso los "visitantes", alzaron la cabeza, tremendamente interesados.

- Dime quienes son y terminemos este asunto. Te garantizo la vida, pero no olvides que esta está en tus propias manos. De ti depende.

Continuará...


domingo, 18 de agosto de 2013

Nueva actividad: TECLEAR EN VERANO


Ya sé que es harto dificil, dado que todos estamos por ahí, aprovechando el ocio y el buen tiempo, pero siempre hay algunos momentos en que nos apetece darle al teclado y la prueba está en Facebook y Twitter, donde no parece faltar nadie, je je je...

Ofrecemos este espacio para que nuestra flamante tripulación publique (hasta nuevo aviso) lo que se le ocurra. Debates no, por favor, cosas entretenidas y/o graciosas, al gusto de cada cual, incluso fotos, lo que sea para distraernos durante la canícula.

¡Feliz verano!

viernes, 9 de agosto de 2013

Ganador del galardón veraniego de relatos cortos






¿Sorpresa? No, amigos míos, ya hace tiempo que vengo diciendo que no me apetece otorgarme un galardón a mí misma, edición tras edición.
Eso sí, os agradezco infinitamente vuestros votos, dado que todo es transparente y está a la vista, por ello os doy miles de gracias a todos, de corazón.

Y como ganadora última de este verano, os ofrezco el galardón a todos sin distinción, ya que sin vosotros, nuestro galeón no seguiría navegando y os lo merecéis sin duda alguna.

He decidido que mis siguientes relatos estén fuera de concurso, sin opción a votarlos. Dado que os gustan tanto, no voy a privaros de ellos, y Mencigüelo Mejillón, que me sigue los pasos (je je je...), ha optado por lo mismo. Ni él ni yo concursaremos a partir de ahora porque queremos participación y pensamos que así os sentiréis más libres, sin tener siempre a la coñazo de capitana como ganadora, ¡juas!



¡Un fuerte aplauso para todos!

Por supuesto, el galardón os lo podéis llevar cada uno a vuestro blog, que para esto está hecho. 
Y para quien no lo sepa, la imagen es propia, una foto que hice con arena -limpia- de mis gatos y estrellas de mar y una caracola que tengo en casa, así que el galardón es genuíno de nuestro blog, ¡NUESTRO!

Besos, abrazos y achuchones de vuestra capitana, mis bravos. ¡Hasta pronto!