miércoles, 27 de marzo de 2013

Anécdotas de un mejillón y una leona. (XI)





Majorettes de Barcelona. El Chicho marqués

Esta anécdota corresponde a mi paso por la empresa de la familia Carreras que gestionaba personal para todo tipo de espectáculos, tanto de majorettes como de Reyes Magos, fiestas patronales y desmadres varios, je je je...
La foto no tiene que ver, es de un año de la Mercé, la fiesta grande en Barcelona. Actuábamos por la mañana y por la tarde hasta el anochecer. Ahí estamos en la comida del mediodía, en un hotel del Paseo de Grácia si no recuerdo mal.
Los uniformes son distintos porque no estábamos en la misma unidad, éramos muchísimas, incluso a caballo y en moto, todo un espectáculo.
Ese día me correspondió capitanear al grupo de Abanderadas. Yo hacía la exhibición con la vara, pero mi unidad sólo empuñaba banderas de colores. Tuve que crear una coreografía para ellas en pocos minutos porque no era plan de que se pasaran el día sosteniendo un palo con un trapo en la punta y nada más. La dirección no se preocupaba de esto, nos soltaban en la calle como al ganado, para hacer bonito y listo. Este fue el motivo por el que me fui y fundé mi propio grupo un tiempo después.

Yendo a la anécdota que nos ocupa, un día me llamaron para una actuación nocturna, en una finca privada. Teniendo en cuenta que mi "representante", o sea, quien cogía el teléfono y aceptaba o negaba era mi señora madre, me sorprendió que accediera. Supongo que confiaba mucho en la "carabina" que solíamos llevar, la madre de una compañera, también capitana y solista como yo, pero con la cual no congeniaba en absoluto porque se daba unos aires de cuidado.

Llegamos de noche en autocar a una urbanización de la que no tengo idea porque la información no era lo suyo. Nos hicieron esperar en el vehículo, supongo que mientras llegaban los invitados. Eso sí, subieron personas del servicio, uniformadas, pasando bandejas de pinchos y la mar de amables.
Finalmente nos invitaron a bajar y entrar en la casa. Nos dejaron en un salón más grande que mi piso entero y, viendo que todavía faltaba lo suyo para mover la vara, me dediqué a leer diplomas y similares que llenaban las paredes. Así supe que el dueño de la casa era un marqués, aunque no retuve el nombre, algo que realmente me importaba poco.
La espera fue realmente larga, pero la disfruté observando los interesantes elementos de decoración, antigüedades en su mayor parte, vagando por el inmenso salón de dos ambientes mientras mis compañeras se repantingaban en los sofás cotilleando.
Al entrar observé que en algunas mesitas habían bandejas con vasos largos, cargados de hielo y contenido nada menos que de colores. Nadie los tocó, no nos habían dado instrucciones. Más tarde pasó una doncella que, al ver como el hielo se había derretido ya, me preguntó si no me apetecía. Vamos, haberlo dicho antes, que eran para nosotras. Yo no entro en una casa desconocida y bebo del primer vaso que encuentro. Por los colores supuse que eran refrescos y zumos, pero claro, ya no me apetecían al haberse aguado y calentado.
Había más actores, gente que no conocíamos porque no eran majorettes ni miembros de ninguna banda de las que solían acompañarnos. Una chica inglesa se mostraba muy nerviosa; nos contó que iba a hacer un striptease y le daba mucha vergüenza, que por favor, mirásemos su actuación para sentirse arropada. Lo consideré absurdo, si le daba vergüenza, ¿por qué se dedicaba a ello?
En cuanto a lo de poder verla, no sabíamos si sería posible, ya que nos mantenían en el salón y a lo largo de la noche iban llamando a alguien, pero los que salían no volvían a entrar. Ignorábamos a dónde los llevaban. Consideré estupendo no haber bebido nada de la casa. Por si acaso...

Finalmente nos llamaron a nosotras. Venga, a formar. Tirarse de la faldita, comprobar que los cordones de las botas estuvieran atados correctamente, el sombrero de copa bien puesto, colgarse la sonrisa en los labios y empezar a marcar el paso al ritmo de la música que ya sonaba.
Entramos en un sótano enorme, bien decorado, parecía un plató de TV. Era una imitación del programa '1... 2... 3... ¡Responda otra vez!'
El público estaba formado por los invitados del marqués y supongo que los concursantes también lo eran. Mis compañeras debían dar una vuelta al plató en formación y yo hacer una exhibición como solista delante de la mesa, ya sabéis, eso de tirar la vara al aire, pasarla alrededor del cuerpo, etc., lo que la tropa no sabía hacer.
Al terminar me indicaron que me quedara allí, al lado de la mesa. A mis compañeras las repartieron junto a las paredes.
Desde ahí tuve una vista privilegiada del resto del programa. (Por esto no regresaba nadie al salón, después de actuar se quedaban allí) Estaba todo muy animado, el público eufórico, contentísimo.
Entonces sufrí una tremenda vergüenza ajena: actuó una chica bailando en biquini. No sé de dónde la habían sacado porque era zafia a más no poder. Iba en grupo, dos o tres más, pero ella se movía con lascivia epiléptica. Tenía la cara colorada e hinchada. Supuse que durante la espera había tomado varias copas y no de zumos precisamente... Con los ojos cerrados, como en trance, los abrió repentinamente al notar los flashes y se abalanzó sobre el marqués como una loba, gritando "¡Fotos no! ¡Fotos no!". ¡Ondia! Pensé si tendría que usar la vara porque su expresión daba miedo por lo alterada y salvaje. Pero el dueño de la casa, sin perder la sonrisa y sin mirarla a ella, pendiente de la actuación, le hizo un gesto con la mano para que se fuera. Lo hizo, salió hecha una furia, completamente ridícula, porque su cuerpo tampoco era precisamente para lucirlo y sólo mostraba a una mujer borracha.

Hubo otras pocas actuaciones, ya se terminaba, que llevábamos allí horas. Después de un mago apareció la chica inglesa. Llevaba un disfraz de conejo, de pies a cabeza. Lo hizo muy bien, con delicadeza, absoluta profesionalidad. Terminó con un desnudo integral. Su cuerpo era blanco y sin estridencias, acompañado por su candidez y rubor final. Me puse la vara bajo el brazo y aplaudí, cumpliendo lo que pidió en el salón. (A mí me tenía delante)

Fue la última actuación, el plato fuerte del marqués.
Subimos al autocar y volvimos a Barcelona, yo soñando con mi camita, ¡uf! Eso sí, me lo pasé muy bien, como siempre, y en esta ocasión había sido una experiencia nueva.


4 comentarios:

  1. Estupendo todo, el contenido y el continente, su ausencia temporal la ha hecho reaparecer con bríos renovados. Esto se llama sacar jugo a las historias vividas.
    Lo de la vergüenza al destaparse lo entiendo. Muchas gente sentía vergüenza pero era la moda de la época, la respuesta a "cuarenta años sin sexo", o al menos sin sexo exhibitorio, porque la gente seguió procreando esos años, je, je!... Yo también me desnude, pero eso viene más adelante.
    "Lascivia epiléptica", esto le ha quedado sembrado, es usted la reina de la metáfora destructiva, ja, ja!
    Lo de la chica esperpéntica y su danza en bikini con cabreo de estrella contra los "paparazzi" me ha recordado un poco a la tristemente celebérrima Tamara.
    Mil gracias por entretenerme.
    ( Resulta que quería dejar pasar un par de días o tres antes de publicar lo siguiente mio en esta sección, pero intentaré publicarlo mañana porque me quedo cuatro días sin ciber, de viernes a lunes, por las vacaciones. El viernes aún dispongo de los ordenadores del colegio, pero de esos no me fio Volveré a la carga el martes )

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    1. Gracias, señor contramaestre ;D

      Bueno, la chica del striptease era inglesa y sólo chapurreaba el español, así que no creo que se hubiera criado aquí y por tanto, lo de la censura sexual no le afectaba.
      Recuerdo que después de nuestra guerra, mi tío abuelo Lluís, pasado a Francia por ser de ERC y habiendo luchado con la Resistencia contra los alemanes, envío a Barcelona a su novia francesa. Esto me lo contó ella misma años después, claro, que cuando ocurrió yo no estaba... Él no podía venir, así que la envió a conocer a la familia, llevar noticias y regalos, etc. Pues bien, pasó unas semanas en casa de mi abuelo y solía ayudar en las tareas domésticas. Una mañana se dispuso a limpiar los cristales de la ventana y cuando se subió a una silla armada con trapos... "¡No! ¡No!". ¿Por qué? Porque llevaba un pantaloncito corto y la blusa anudada al estómago. ¡Juas juas juas! Pobre tía Tere, se quedó a cuadros.
      Lo malo es que no se trata sólo de la época porque en los pueblos pasaba lo mismo muchos años después. Cuando mi ex estaba en la mili pasó algo similar, me fui a su pueblo un verano, con sus padres y hermanas y cuando me disponía a ir a la piscina municipal con ellas, la melliza se cerró en banda, que "así" no salía a la calle. "Así" era que me había puesto un vestido playero encima del bañador, exactamente como hacía en Barcelona, aunque tómase el autobús. Aquí era normal, pero allí, la "Maria Antonia Iglesias" de mi cuñada se negó a salir si no me cambiaba. Asombrada, miré a su padre. El viejo intentó explicarme que aquello era muy distinto de Barcelona y que era mejor que me pusiera ropa "más adecuada". Menuda panda de hipócritas. Comunistas a rabiar y la gorda esa, feminazi hasta la medula... Me desquité al verano siguiente yendo con el novio. Me puse un pantaloncito corto, muuuy corto... ¡Juas! Como iba con él, la gorda no podía prohibírmelo, pero remugaba como una vaca hasta que su madre le soltó sin contemplaciones: "Envidia que tienes, que tú no puedes...". Mi suegra era una gran mujer. ¡Y devota de Nuestra Señora de la Encarnación! Menudo pastiche de familia. Como todas, la mía también.

      Lo de la borracha en la actuación fue lamentable. Nunca olvidaré su rostro, lo tengo grabado, tan terrible era. No recuerdo el de la dulce inglesa, ni los de muchas de mis compañeras, pero el suyo era una máscara diábolica dificil de olvidar.

      Publique lo que quiera y cuando pueda, que estamos solos en el galeón.

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    2. Parecida a su anécdota, yo tengo una más cercana. Vaya por delante decir que conocí a mi madre a mis ocho o nueve años,aunque le suene a monólogo de Gila. Nos crió una tía mia mientras mis padres se buscaban la vida en Venezuela. Bueno, pues fue un impacto cuando llegó y la vimos en pantalones. Oh, cielos, una mujer en pantalones y es mi madre!... Corría el año 61 o 62.
      Luego sería yo, a mis quince y dieciseis años, el que rompería moldes enfrentándome a la paletería local.
      Buen día!
      ( Vengo de responder a sus comentarios en mi blog )

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    3. ¡Uf! Esto sí que es fuerte. Y prefiero no comentarlo para no molestarle.

      Hasta mañana y su carnet de actor.

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Lamentamos que exista moderación de comentarios, pero es necesario debido a ciertos anónimos muy persistentes.