viernes, 8 de marzo de 2013

Anécdotas de un mejillón y una leona. I





TEATRO. FALSAS ENTRADAS

En mi paso por la farándula, dos han sido las falsas entradas que he protagonizado y en la primera ni siquiera actuaba, je je je...
Fue hace muchos años, en la urbanización del chalet familiar. Como eso de tumbarme a tomar el sol en la piscina nunca me ha atraido, buscaba en qué emplear el tiempo de los meses veraniegos aparte de nadar, jugar a la petanca, al frontenis y al fútbol.
Había varios profesores, tanto de primaria y secundaria como universitarios, conque hablé con ellos y empezamos a montar actividades para los chavales. Les gustó la idea de hacer teatro y dejaron en mis manos la creación y dirección de la primera función.
Naturalmente, me divertí muchísimo escribiendo la trama y pensando como llevar a cabo cada escena. Tenía carta blanca para derrochar mi imaginación y la suerte de contar con un escenario al aire libre que no sé para qué se había construido en su origen porque no se usaba para nada.

Escribí una historia sobre unos chavales que salen de excursión y les sorprende una tormenta, corriendo a refugiarse en una casa que resulta estar llena de fantasmas y vampiros. Pero ojo, todo en plan divertido.
La decoración y el vestuario también corrieron por mi cuenta. Pinté el retrato de un pirata que presidía el salón de la mansión. Una niña hizo el papel de su fantasma, confeccionándole la ropa con alguna tela,  papel crespón y un tricornio de los que siempre tengo en mi colección de disfraces, igual al retrato. Debía tener unos nueve o diez años, gordita y rubia. Necesitaba su pelo porque los niños lo llevaban corto y un pirata sin melena no infunde respeto, je je je...
Los protas eran dos niños y una niña. Uno de los niños tenía que ser un cagueta, la niña una sabihonda, y el tercero un escéptico. El cóctel ideal. Un fantasma tradicional, con sábana, un vampiro, y un par de actores más de los que luego hablaré.

El vampiro necesitaba un ataúd, así que estuve unos días construyéndolo en el garaje de casa. Madera de conglomerado delgada, una sierra, unos clavos y pintura negra. Mi madre estaba horrorizada, se negaba a bajar al garaje, me pedía los cubos para lavar y lo que necesitáse. Le daba pavor el ataúd, y a mí risa su actitud, no la entendía.

Y llegó el día del estreno. El escenario estaba cubierto por lienzos de papel de embalar, pues no teníamos telón.
El público sentado en sillas de jardín. Todos habían colaborado aportando lo que se les pidió. Pero... la función no empezaba en el escenario, sino fuera, ¡Juas! El narrador que introducía al público en la historia, contando que los tres amigos habían salido de excursión y se habían perdido en el bosque, era un árbol. Un cilindro de gomaespuma, un sombrero hecho con ramas naturales, dos agujeros para los brazos-ramas y va que chuta.
El público escuchando embobado, no se oía ni una mosca, y en esto que los tres protas llegan desde la calle, discutiendo a todo meter. Ahora me recuerdan a los tres de Harry Potter, je je je... Pues yo me adelanté a J. K. Rowling porque hace la tira de años.
Cuando llegaron a la altura del escenario, mis colaboradores hicieron estallar unos petardos, humilde representación de truenos, y una enorme nube de cartulina apareció sobre el techo del mismo con una regadera en la mano, ¡juas juas!
Los protas señalarón a lo lejos: "¡Una casa!" y echaron a correr, metiéndose en la oficina que comunicaba con el escenario.

Pero... Yo estaba en él, comprobando que mi Drácula no se asfixiara, pues, aunque el ataúd no tenía tapa, estaba cubierto por una colcha, y quise asegurarme de que quedase una parte destapada a la altura de su boca, no fuése plan de acabar teniéndo un difunto auténtico,¡ay!
Y ahí se cometió el error, que mis ayudantes empezaron a arrancar el papel de embalar sin esperar a que se lo ordenáse, conque al girarme para dar un último vistazo, me encontré de cara al público que me aplaudía a rabiar.
Los aplausos les salvaron a ellos de que me los comiera crudos, ¡puf!

La segunda vez fue como actriz y no hace tanto, ya tenía a mis hijos creciditos. Estaba en un grupo de teatro de mi ciudad y si bien la autoría de la obra también era mía, no así la dirección.
Esta vez se trataba de un teatro de verdad, con telón y luces y se representaban varias actuaciones el mismo día. Mi papel era el de una señora de mediana edad, con un hijo joven pero ya adulto. Me vestí en plan maruja, con ropa vieja de mi madre, zapatillas de estar por casa, y me pinté como una puerta, con sombra de párpados verde y los morros rojo sangre, aparte de floripondios de colorines en el pelo, ¡juas!
Dado que ni lo dirigía ni tenía que ver con los decorados ni nada, pues eso, no me preocupé.

Pero al entrar en el escenario, con el telón empezando a descorrerse, vi horrorizada que en "mi" mesa del comedor, los de la obra anterior se habían dejado los vasos y la botella de wisky. ¡Alto!, esto no cuadraba con mi obra, mi papel no contemplaba ser una bebedora, aparte de que habían dos vasos y yo estaba sola.
Cogí todo lo más disimuladamente que pude, ocultándolo en el lado contrario al público, y me dirigí al extremo opuesto, como si fuera a la cocina, para dejarlo en el suelo tras las cortinas laterales.
Dado que el telón ya estaba abierto, lo hice caminando arrastrándo las zapatillas, puesta en mi papel, mientras en el otro extremo "llamaban al timbre de casa" y el gilipollas del director me hacía señas desesperadamente de que fuese a abrir... Me acordé de toda su parentela mientras me dirigía allí sin correr, diciendo "¡Ya va, ya va!".
Esto no estaba en el guión, pero la culpa fue de ese niñato que no se preocupó de controlar el escenario.


5 comentarios:

  1. Parece que te divertiste a pesar de los fallos

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Ya puedes estar seguro, ¡ja ja ja!
      Es algo muy gratificante y hay que conocerlo para entenderlo.

      Por cierto, el Drácula sólo se levantaba al final, en la última escena, haciendo huír a los protas ¡pies, para qué os quiero! como colofón, y según me contaron luego, dijo "Eztan locoz eztoz turiztaz", ¡por culpa de la dentadura postiza! ¡Juas juas juas!

      Sobre el grupo de teatro en el que actuaba, ya contaré otra anécdota referente a otra actuación. No me hizo mucha gracia, pero lo capeé con profesionalidad. Qué remedio.

      Eliminar
  2. Las anécdotales teatrales, como otras anécdotas de fuera del mundo de las bambalinas, son divertidísimas cuando ya ha corrido el tiempo, pero mientras te ocurre la desgracia las pasas "putas" Y, como bien señala usted en su relato, siempre hay un "epicentro" que desata el terremoto: un despistado, un borde, uno que se ha olvidado del texto y dice otro cosa, etc., sin olvidar aspectos más graves, como que se rompa o se caiga algo que ha sido mal instalado o que un actor se ponga chungo en medio de la función. Vale, el lunes me toca a mi!

    Mucha mierda!...
    (Y si quieren les cuento el origen de este "canto a la buena suerte", a no ser que Doña Leona ya lo sepa y se me adelante.)

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Calle, calle, mis palabras iniciales al "abrir la puerta" se me olvidaron por culpa del incidente de los vasos y del director apremiándome. Tuve que improvisar, y eso que el guión era mío.
      Tenga en cuenta que yo tenía que memorizar todos los diálogos, los de los demás también al no oír, y con tanta insistencia "llamando al timbre", olvidé lo que decían las visitas, se me quedó la mente en blanco. Bueno, se lo hice repetir como si no hubiera oído bien y listos.

      En escena nunca se han caído mis decorados y tampoco recuerdo que haya pasado con los de otros, pero alguien borde sí que me ha tocado, un señor mayor con muchas infulas al que acabé toreando con mucha mano izquierda y pasó a ser un apoyo incondicional.

      ¡Mucha mierda! Le dejo a usted que lo cuente ;D

      Eliminar
  3. El entrecomillado iba a ir en "desgracia" y no en putas. Otra ver las prisas...

    ResponderEliminar

Lamentamos que exista moderación de comentarios, pero es necesario debido a ciertos anónimos muy persistentes.