martes, 4 de agosto de 2015

Concurso Veraniego de Relatos Cortos 2015. XI

 Las bases del concurso aquí.

RELATOS ANTERIORES:

 
Fábrica de Sueños 
Risa cantarina
¡Antes le pegaré fuego! 
El chuchete poseido por la nutria
MOSQUITO 
La playa de mamá 
DESTINO FINAL 
Descubrimiento y castigo 
VACACIONES EN EL MAR
LOS PROTOCOLOS NO SON PARA EL VERANO...


Posiblemente una historia triste. Iñaki Zurbano Basabe





 Posiblemente fue una historia triste o posiblemente no lo fue, pues mi imaginación se mezcla con el recuerdo de otra época en un torbellino de hechos reales y suposiciones.
Mi imaginación vuela sobre una pequeña playa del norte de España en Julio de 1.960. El calor ha animado a los bañistas a tomar posiciones en la arena y a los más osados a meterse en el agua. Muy pronto todos son osados y todos disfrutan del placer de chapotear como los patos, fingirse nadadores olímpicos o practicar la maldad de las aguadillas.
Esos tres niños que están colocados frente a la cámara Kodak que sostiene su tía, los tres con un flotador en la cintura, posiblemente seamos mis hermanos y yo. En ese caso yo soy el que está en el centro,  el del semblante enfurruñado. "¡Clic!" Ya está. Otra foto en blanco y negro que aparecerá al pasar una hoja de un álbum cincuenta años después. 
Oímos el motor de la avioneta publicitaria y miramos al cielo. NIVEA. Cuando la avioneta ya ha sobrevolado la mitad de la playa, lanza tres o cuatro pelotas azules muy grandes de NIVEA.
En la playa hay tres vendedores que hacen las delicias de la chiquillería y satisfacen también a los adultos. En el paseo que bordea la playa vemos el carrito de chucherías y al señor que las vende, aunque todavía no se llaman chucherías, son golosinas o porquerías. Es un señor mayor y en el carrito está muy bien expuesto el genero: pipas de girasol y de la calabaza, chupachuses, caramelos, gominolas, paloluz, regaliz, pan de higo, chicle Bazooka, chicle Dunkin... y también tebeos de Hazañas Bélicas y de El Capitán Trueno y El Jabato, y sobrecitos con cromos de futbolistas, de ciclistas, de la última película de Marisol y de Los Diez Mandamientos. Pero vamos a olvidarnos de este vendedor y de su mercancía porque no forman parte de nuestra historia.
El otro vendedor del paseo de la playa es un hombre fortachón de semblante tímido que empuja un carrito de helados cuando no vende y que se queda estacionado un largo rato cuando vende. Ofrece cucuruchus y cortes y los sabores son de mantecado, chocolate, limón y fresa. También vende polos de limón y de naranja. Piensa la gente que este hombre fue un gudari en la guerra civil y que combatió en las montañas de entre Bilbao y Santander contra los legionarios y moros de Franco. Piensa la gente que posiblemente le ha salvado de la cárcel o del fusilamiento la buena suerte o algún pez gordo o ambas cosas. La gente lo piensa pero no dice nada. No se habla ni en voz baja.
Bajamos ahora a la arena de la playa. Síganme. Ese señor que grita "¡El patateroooo!" es, como su grito indica, un patatero playero. Recorre la playa descalzo y con los pantalones arremangados. Colgando del brazo lleva una cesta de mimbre llena de bolsas de patatas, pero se vacía enseguida y vuelve a por más a cada rato. A los niños nos chiflan las "patatas de patatero", que así las llamamos para distinguirlas de las patatas fritas de nuestras casas. Son muy aceitosas y crujientes. También las llamamos "patatas a la inglesa" y nos las sirve en bolsas de papel porque el plástico todavía se usa poco. El señor patatero es muy moreno, morenísimo porque es un moro. Se ríe mucho y jamás pierde la sonrisa. La gente piensa que es uno de los moros que llegaron al norte de España con los legionarios para combatir contra los vascos y los cántabros. Lo piensan, no lo dicen. Hay miedo a decir lo que se piensa.
Por favor, síganme, volvamos al paseo. Dos guardias civiles muy serios están hablando con el heladero. La gente se aparta del carrito de los helados. Los guardias civiles dan miedo. Se lo llevan. No le esposan, pero se lo llevan. Es igual, si se escapa le aplican la ley de fugas: varios tiros por la espalda.
Posiblemente sea una historia triste y posiblemente no. Mucha gente piensa que el patatero delató al heladero y que a este le encarcelaron por mucho tiempo. Otros piensan que le fusilaron directamente. Pero también hay quienes piensan que solo le quitaron el permiso para vender helados y tuvo que buscarse la vida en otro pueblo.
Ya han pasado veintiun años desde el final de la guerra, ¡pero quién sabe!
Y, posiblemente, ni el heladero había sido gudari ni el patatero moro de Franco.


6 comentarios:

  1. Me encanta la recreación de los detalles costumbristas, las fotos en blanco y negro con la Kodak, los flotadores a la cintura, la avioneta de Nivea y sus grandes pelotas, el puesto de pipas, golosinas y "tebeos" en el paseo...
    Por cierto, yo comí de esas patatas fritas en bolsas de papel. Eran de color rojo, verde, azul y amarillo Yo pedía siempre la bolsa de color verde.

    La imaginación es desbordante, igual es cómo pensaba la gente, igual no, pero el final sí es triste.
    Al heladero ese le tenía que haber tocado mi padre como cliente, je je je... Ahí va la anécdota.

    Papá solía llamar mantecado al helado de corte. Todos lo entendían perfectamente, hasta que en una playa le salió un vendedor chulo diciéndole que no sabía qué era eso, que no tenía.
    Mi padre le explicó que era la barra de helado, lo que se cortaba entre dos galletas.

    - ¡Corteeeeee! Se dice corteeeeeeee -arrastrándo la e con desprecio y cara de asco
    - ¿Sabe qué le digo? ¡Que el corte se lo dé usted en el culo!

    Y nos quedamos sin helado, je je je...

    Me ha gustado la historia. Este año lo tengo muy difícil para votar, con tantos relatos estupendos, arggggggggg...

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  2. Nos ha trasladado usted muy bien a aquella epoca,;aunque no ha cambiado tanto lo de los vendedores playeros. Al menos por aqui siguen recorriendo las playas buscandose la vida, suelen ser africanos. Hace unos años hasta habia chinos que te daban un masaje, cosa que logicamente ya prohibieron, pues podian dejarte con la espalda lesionada ¿que garantia ofrecian esos supuestos masajistas?. Lo que sí ha cambiado es lo de los balones de Nivea. Hoy en dia nadie regala nada, ni un misero balon de plastico.
    Respecto al heladero pensaremos mejor que se iria a otra playa.

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  3. Hola, Leona!, me he permitido un "cameo" en mi propio relato, los tres niños éramos efectivamente mis hermanos y yo con nuestros respectivos flotadores, y mi tía era la "fotógrafa" con su Kodak, aquella cámara que había que ponerse a la altura del pecho para ver la imagen que ibas a sacar agachando la cabeza. Los vendedores también están inspirados en personas auténticas, así como la avioneta y las pelotas de NIVEA. El resto ya es cosa mia. Como casi siempre, he cogido elementos de la realidad para fabricar la fantasía. Pero volviendo a esa realidad: el hecho de que yo estuviese enfurruñado era porque ya me cansaban tantas fotos. Mis padres eran emigrantes en Venezuela y querían "vernos crecer"
    Divertidísima su anécdota del "corte", me ha dado la risa. Ahora mismo me acuerdo de otro detalle: A mi tía le gustaban los cortes y nosotros tomábamos cucuruchus.

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  4. ¡Hola, Mar! Es relativo eso que dices de que no han cambiado los vendedores playeros, han cambiado muchísimo, quizás porque yo te saco a ti más de veinte años. Pata empezar no había "emigrantes ilegales" vendiendo.
    Me acuerdo de los de los masajes. Y también de rastas y de tatuajes de esos que se borran, etc., etc., impensable cuando yo tenía siete, ocho o nueve años.
    Pues sí, mejor pensar que aquel odioso regimen no tomó represalias contra el hombre, aunque la realidad es más cruel y siguió torturando y fusilando hasta 1.975, año de su muerte.

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    1. No es usted exagerao ni nada. Veinte años dice que me saca jajajaja ¿pues cuantos se cree que tengo?
      Del dia de la muerte de Franco me acuerdo perfectamente sobre todo porque ese fia ¡yupi! no habia cole

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    2. Yo tengo 62. El día de la muerte de Franco estaba actuando en un barrio de Avilés, La Carriona, al lado de donde está el famoso cementerio. Era un teatro portátil, el "Teatro Popular Español"

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