sábado, 6 de septiembre de 2014

Concurso Veraniego de Relatos Cortos 2014 (16)

Pinchar aquí para ver las normas del concurso.
    Relatos anteriores:
1- Fieras en la playa. De Iñaki Zurbano Basabe  
2- Llegado el verano. De Enriqueta Jiménez Herrera  
3- Empanada gallega. De Iñaki Zurbano Basabe   
0- Sadismo en el hospital. De Leona Catalana (Fuera de concurso)  
4- El verano de Rupertina. De Enriqueta Jiménez Herrera   
0-2-  Un ángel veraniego. De Leona Catalana (Fuera de concurso)  
5- Un verano triste. De Enriqueta Jiménez Herrera   
6- Campo o playa. De Iñaki Zurbano Basabe   
7- VACACIONES SOÑADAS. De Jesús 
8- JESÚS JOSÉ Y MARÍA. De Enriqueta Jiménez Herrera  
9- Un final atípico. De Iñaki Zurbano Basabe  
10- Monjas viejas y curas guapos. De Enriqueta Jiménez Herrera
11- ¡Cuántas cosas se pierden! De Iñaki Zurbano Basabe
12- EL TIEMPO ENTRE LOS MEDIODÍAS Y LAS MEDIASNOCHES DE VERANO. De Golondrina 
13- En los extremos del mundo. De Iñaki Zurbano Basabe
14- La Patata. De luispihormiguero
15- Rupertina abandona. De Enriqueta Jiménez Herrera

*********************************************

Eran otros tiempos, aquello era otra cosa.

Autor: Iñaki Zurbano Basabe

Era un verano más, un hermoso verano en una tierra en donde siempre era verano. Qué pena que los mosquitos y los huracanes soliesen deslucirlo, unos todos los días y los otros de vez en cuando.
Elizabeth y Diana se dirigieron a la playa sin ninguna prisa, con todo el tiempo del mundo para admirar la Naturaleza y la excusa tonta de buscar caracolas.
- Qué será del pobre Akin?
- Vete tú a saber. - Repuso Elizabeth.
- Me da pena cada vez que pienso en ello. A ti no te da pena?
- Ha cometido una equivocación. La familia Dunmore le trataba muy bien, con ninguna otra familia hubiese estado mejor.
Nada más pisar la arena de la playa, Diana se llevó una gran sorpresa porque Elizabeth empezó a desnudarse.
- Qué estás hacienda, chica?!
- Voy a bañarme.
Siguió escandalizada, pero no quiso decir más. Aunque eran amigas porque se habían criado juntas, Diana nunca olvidaba que Elizabeth era su ama.
La "intrépida" Elizabeth se adentró en las aguas claras de aquella playita cercada por arrecifes de coral y custodiada por altas palmeras. Nadó durante un rato y luego se sumergió. Aguantó la respiración para observar el mundo submarino. Una formación de peces de muchos colores se detuvo dos segundos a mirarla, e inmediatamente reemprendieron su viaje como autómatas. Una tortuga del tamaño de un pellejo de vino pasó nadando parsimoniosamente muy cerca de ella.
Emergió y se dirigió a la playa en donde la esperaba la servicial Diana. Se quedó un rato desnuda sobre la arena para que el sol hiciese el trabajo de secarla, pero enseguida buscaron ambas la protección de una frondosa palmera.
- Bañarse en las aguas de la playa es un gran placer, Diana, deberías probar.
- Me da vergüenza, je, je!
- Aquí no nos ve nadie. Sabes?, algún día la gente descubrirá lo placentero que es un baño de mar, y las playas se llenarán de hombres y mujeres.
- Pero qué locura es esa, Elizabeth, ja, ja, ja!
No podia entenderlo porque eran otros tiempos, aquello era otra cosa. Aquello era Barbados, una gran isla de Las Antillas, y estaban a la mitad del siglo XVII.

El negro Akin había observado muy excitado a Elizabeth mientras esta se bañaba desnuda. Era la primera vez que veía a una mujer blanca completamente desnuda, y se cuidó mucho de que ella no le viese a él, la observó desde detrás de una roca casi cubierta por las aguas. El también se había bañado, igual que lo hacía en los lagos de su Nigeria natal, allá en la remota y añorada Africa, antes de que le raptasen los negreros.

Esa noche la mulata Diana no pudo evitar una sonrisa mientras se dormía, al recordar las palabras de Elizabeth: "Algún día la gente descubrirá lo placentero que es un baño de mar y las playas se llenarán de hombres y mujeres"; "Decididamente, Elizabeth está cada día más loca", pensó, "si todos los hombres y mujeres fuesen a la playa, quién se iba a ocupar de vigilar a los negros para que cumplan con su trabajo de cortar la caña de azúcar?"
En esos mismos momentos y a menos de una milla de distancia, el capitán de la hacienda Dunmore y sus hombres capturaban al negro Akin. Le había delatado el pequeño fuego que hizo para asar un pescado. A la mañana siguiente fue sometido al castigo que les estaba reservado a los que se fugaban: 100 latigazos. Naturalmente, no los resistió, murió antes de que el verdugo llegase a tan terrible cifra, y de inmediato fue arrojado a una fosa.
Akin se fue al mundo de los dioses, en donde se reuniría con sus padres y hermanos, los cuales no pudieron aguantar la horrible travesía del océano en el barco negrero holandés, siendo arrojados sus cadáveres por la borda.
Eran otros tiempos, aquello era otra cosa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Lamentamos que exista moderación de comentarios, pero es necesario debido a ciertos anónimos muy persistentes.