I Concurso de relatos cortos navideños.
De este relato yo sólo he escrito el título. Dado que ando escaso de ideas ultimamente, le he pedido a mi amiga Doña Purita que nos cuente algo interesante de su vida relacionado con la Navidad. Una mujer de su edad ha de tener por fuerza muchas vivencias interesantes en la memoria. Y Doña Purita a accedido a mi petición. He aquí el relato:
Purita y el paje real. ( Narración basada en un hecho real vivido por Doña Purita en su alegre mocedad )
Hola, amigos de la Comunidad de Blogs del Periódico del Prat!... Me llamo Purificación Castro Allendelagua, pero todo el mundo me dice Doña Purita.
A mis doce o trece años yo era una mocita con toda la inocencia de las chiquillas de entonces. Y lo que les cuento sucedió a principio de los años cincuenta.
Mis papás me llevaron un día de Diciembre a ver al paje de los Reyes Magos. El paje estaba en una gran tienda que se llamaba Sepu - hoy ya no existe - en la Gran Vía madrileña, cerca de Telefónica.
La cosa es que yo tenía que entregarle al paje la carta para los Reyes Magos. Había una gran cola de niños y niñas y yo estaba muy nerviosa. Fíjense, con doce o trece años!... A esas edades las niñas de hoy en día saben más que Lepe, Lepijo y su hijo.
Cuando llegó mi turno me sentaron sobre el paje, que estaba acomodado él en un trono dorado de esos que se ven en las películas. Y el paje me hizo preguntas: "Cuántos añitos tienes?; "Cómo te llamas?"; "Estudias mucho?"... Y también me dijo que era muy guapa, que tenía unos ojos muy bonitos... Y yo empecé a notar extrañada algo así como un palo o un hierro entre las piernas del paje. Y con los besos que me dio me manchó de saliba la cara. Y también me tocó las piernas y un poco una de las tetitas por encima del vestido. Yo pensaba: "Caray, qué tocones son los pajes reales!", pero no lo relacionaba con nada sexual porque las niñas de cuando entonces éramos inocentísimas. Mis papás no me podían ver muy bien porque los padres quedaban algo atrás, casi ocultos por la barrera de niños que esperaban su turno.
Y como era tan inocente, pues esa noche les hablé a mis padres con toda naturalidad, les dije que el paje tenía entre sus ropas algo muy duro, que me manchó de babas la cara y que me tocó un poco una tetita. Y entonces me llevé una gran sorpresa, mi padre se enfadó y empezó a decir tacos, y recuerdo que mi madre le hizo callar. "Cállate, Venancio, que esas cosas no las tiene que oír la niña", eso fue lo que le dijo.
Al día siguiente me encontré a mi amiga Teresita y me dio una noticia. Me dijo que había venido otro paje de Oriente porque al que yo conocí le había pegado un hombre y ahora tenía los ojos morados y la nariz rota.
Mi amiga Teresita y yo, que seguimos siendo muy amigas, hemos recordado muchas veces esta anécdota. Teresita suele decir que si le llega a ocurrir a ella, su padre, que era un coronel de caballería muy serio, le hubiese cortado el cuello con el sable. Hay que ver las cosas de bombero que se le ocurren a Teresita!
Fin
Je je je... Es usted una máquina de fabricar relatos. ¡Ay, no, que este "es" de Doña Purita! ¡Juas!
ResponderEliminarPues JV también usa nuestra técnica secreta, que en los relatos veraniegos narró camuflado sus peripecias en el Camino de Santiago. A ver qué nos depara esta vez.
luispihormiguero tiene intención de participar, pero de los demás no sé nada.
Yo también pasé por una experiencia similar a la de Doña Purita, pero era más chiquitina, tenía unos cuatro años y por supuesto, sólo pensé que los mayores eran muy raros y unos pesados de cojones. Porque la experiencia se repetía cada vez que mi madre me mandaba a la tienda de la esquina a la hora de comer, a por dos huevos o una papelina de harina.
Ella se quedaba en la puerta de casa, con el llorón de mi hermano en brazos y no me perdía de vista hasta que entraba en la tienda, convencida de que no había peligro. Pero, ¡ay!, el peligro estaba dentro, en la figura del joven dependiente.
Al final me harté de los toqueteos y la siguiente vez que me mandó me negué en redondo. Le dije que me hacía daño.
¡¡¡Uy, la que se armó!!! Mi padre salió disparado para allá y nunca más volví a ver al tocón.
Los abusos a niños están muy extendidos desde siempre y por parte de cualquiera. Menos mal que la experiencia de Doña Purita viene en clave de humor.
Voy a ver su episodio de hoy. Allá nos vemos ;D
Aprovecho un suspiro en la clase de matemáticas de los viernes para contestarla.
ResponderEliminarUsted no vio el final de su historia, no supo si su padre descargó también los puños sobre el infame tendero.
Desgraciadamente esta lacra está mucho más extendida de lo que se piensa, a juzgar por lo que dicen los expertos. El ser humano es un repugnante animal que hace daño a sus propias crias.
Hasta mañana sabadete!
No, no sé si mi padre le pegó, pero sí supe que el dueño de la tienda lo despidió inmediatamente.
ResponderEliminarY es que a la hora en que mi madre me enviaba, el dueño y su mujer estaban ahí, en la trastienda, comiendo. El dependiente echaba ojeadas nerviosas a la cortinilla de ganchitos metálicos y ponía el dedo en sus labios reclamándome silencio, conque cuando el señor Antonio se enteró, no sé cual de los dos, si mi padre o él, impidió al otro partirle la cara.
Era muy joven, un adolescente, lo cual no le exime de culpa porque tal vez si yo hubiera gritado, me habría estrangulado y ocultado mi cuerpo en el almacén. Total, abultaba muy poco con cuatro años y sabemos de los horrores que cometen los pederastas cuando se ponen nerviosos.
Efectivamente, son una lacra y habría que caparlos químicamente, nada de contemplaciones porque se ha demostrado que nunca cambian.
Hasta mañana.
jejeje. Que paje libidinoso, y es que toda epoca ha habido pederastas
ResponderEliminarNo cambian ni el terrorista ni el criminal sexual, el uno está borracho de fanatismo y el otro de sexo y son inmunes a los remordimientos de conciencia.
ResponderEliminarHasta el lunes, buena gente!
DOY MI VOTO A ESTE RELATO
ResponderEliminar(Aunque el autor no seas tu, Bonifacio)
De los dos que has presentado este es el mejor.
Saludos y feliz navidad.