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Relatos anteriores:
1- Fieras en la playa. De Iñaki Zurbano Basabe
2- Llegado el verano. De Enriqueta Jiménez Herrera
3- Empanada gallega. De Iñaki Zurbano Basabe
0- Sadismo en el hospital. De Leona Catalana (Fuera de concurso)
4- El verano de Rupertina. De Enriqueta Jiménez Herrera
0-2- Un ángel veraniego. De Leona Catalana (Fuera de concurso)
5- Un verano triste. De Enriqueta Jiménez Herrera
6- Campo o playa. De Iñaki Zurbano Basabe
7- VACACIONES SOÑADAS. De Jesús
8- JESÚS JOSÉ Y MARÍA. De Enriqueta Jiménez Herrera
9- Un final atípico. De Iñaki Zurbano Basabe
10- Monjas viejas y curas guapos. De Enriqueta Jiménez Herrera
11- ¡Cuántas cosas se pierden! De Iñaki Zurbano Basabe
12- EL TIEMPO ENTRE LOS MEDIODÍAS Y LAS MEDIASNOCHES DE VERANO. De Golondrina
13- En los extremos del mundo. De Iñaki Zurbano Basabe
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La Patata
Autor: luispihormiguero
¡Por fin llegó el verano! ¡Ah! Aguantar 40º a la sombra, un Sol
que hace radiografías de lo fuerte que pega y una falta terrible de
lluvia limpiadora, son cosas que se llevan estupendamente por el simple
hecho de estar de vacaciones, de tener tiempo para uno mismo, para sus
cosas, su vida...
Me gusta el verano, desde luego, ¡me encanta! Soy un gran
amigo por igual de la montaña, de la playa y de la piscina (aunque la
gente se mee en ella, pero bueno, la diversión y el baño refrescante lo
compensan igual que las vacaciones compensan el calor). Por otro lado,
soy poco amigo del madrugar, del trabajar o estudiar... así que, nada
como unas buenas vacaciones.
Dado que las vacaciones no son eternas, hay que
disfrutarlas, eso está claro. Pero, damas y damos, caballeros y
caballeras, hay que actuar siempre con moderación y cuidado, para evitar
disgustos como el que sufrí yo el verano pasado, que no tuvo
consecuencias graves a largo plazo, pero que, sólo de pensar en lo que
me podría haber llegado a pasar... me entran ganas de llorar. Y cuando
pienso en la suerte que tuve de que, precisamente, no me pasase nada
grave... pues también me entran ganas de llorar, pero de alegría.
Os lo cuento: cerca de mi municipio, en dirección a la
capital de la provincia, al lado de una importante carretera secundaria
(no es un oxímoron: existen carreteras secundarias importantes) existe
un saliente rocoso de tamaño mediano que se mete en el mar, y que
presenta una forma muy irregular. Lo llaman La Patata (ignoro por qué,
porque no se parece a una patata ni por asomo), y está al lado de un
hotel. La Patata es un trampolín natural, con diferentes niveles de
altura para saltar al líquido elemento. Existen siete niveles,
debidamente marcados: desde el 1, a unos dos metros sobre el agua, hasta
el 7, a unos veinte metros.
Bueno, el caso es que fui con los colegas a La Patata un lunes por la
mañana de principios del verano. Pasamos allí varias horas, y más o menos a las 10:00 AM dijimos de irnos ya,
pues, como seres coherentes que somos, comprendemos que el Sol
mediterráneo de las horas centrales del día no es muy conveniente que
golpee sobre la piel desnuda. Todos estuvimos de acuerdo en irnos, pero
yo, antes de irme, decidí hacer algo para terminar ya definitivamente de
chutarme con adrenalina: tirarme al agua desde lo más alto de La
Patata, fuera de los lugares de salto señalizados, a unos 40 metros de
altura.
Así lo hice. La caída fue larga y sin sobresaltos, hasta
que caí al agua. En principio, la atravesé sin problemas, pero en
cuestión de décimas de segundo sentí algo duro contra mi cabeza. Noté un
dolor muy intenso en el cráneo, y también en el cuello, que se me dobló
bruscamente de un modo un tanto inadecuado.
Perdí el conocimiento, y tuve un sueño: soñé que me
estaba bañando en una playa tropical, justo cuando me quedaba paralizado
en el agua, y empezaba a hundirme y ahogarme sin poder hacer nada para
vitarlo... hasta que apareció una pequeña sirena de aspecto infantil, de cabellos dorados y ojos azules, con una estrella de
mar en el pelo, que me sacó del agua y me dejó jadeante y asustado sobre
la arena, a la sombra de unos cocoteros...
Cuando desperté, era ya casi de noche, y estaba en la
habitación de un hospital. Me desperté pensando en mi familia, y pronto
me acordé de la escapada con los amigos a La Patata, y del desafortunado
salto mío. Un escalofrío recorrió mi cuerpo ante la
posibilidad de haber sufrido alguna lesión cerebral o medular, pero,
para mi alivio, comprobé que podía mover perfectamente todo el cuerpo de
los hombros para abajo; no así de los hombros para arriba, pues tenía
la cabeza y el cuello totalmente inmovilizados. Llamé a la enfermera, y
esta me informó del día y de la hora (pues ignoraba el tiempo que había
estado inconsciente), y me comunicó el diagnóstico del equipo médico:
había
sufrido un traumatismo craneal sin lesión cerebral, y una rotura de una
vértebra cervical sin lesión medular. Me dijo que podía considerarme la
persona más afortunada del mundo, pues estuve a micras de quedarme
tetraplégico... o de morir. De hecho, si las aguas no hubiesen estado
tan tranquilas ese día, y hubiese caído en la hoz entre dos olas, con
menos agua que amortiguase mi caída sobre las rocas sumergidas...
Estuve varios días ingresado. Finalmente me pude ir a
casa, aunque tuve que afrontar una larga y difícil recuperación, que se
extendió hasta el final del verano, y que me impidió disfrutar
plenamente del mismo. A día de hoy, sufro ocasionalmente dolores
cervicales, y tengo que cuidar mucho la postura al dormir, pero más allá
de eso, no tengo ningún problema. ¡Gracias a Dios!
Espero que de mi experiencia saquéis una simple
conclusión: ¡no hagáis burradas! Una burrada puede costaros el verano...
o la vida.