lunes, 18 de noviembre de 2013

TECLEANDO DE VERANO A... (A este paso volverá el verano, ¡uf!) (XIX)

La Mujer del Teclado se siente en una olla de grillos



La mujer del teclado se quedó pensativa ante su amigo, intentando entender por qué había llegado allí sin que ni él mismo tuviera idea de ello.
Se abrió la puerta de repente y entró Alex. ¡Vaya hombre!, últimamente no era normal que sus hombres entrasen así, sin avisar, dado lo que estaba pasando, conque la mujer miró a su huargo, a ver cómo reaccionaba, por si acaso. Pero el enorme lobo se limitó a mirar a Alex con poco interés. "Todo en orden", pensó la mujer, "Es Alex, no un clon malévolo". Y lo miró, esperando que se explícase, ya que ellos eran de pocas palabras y mucha acción, sobretodo, patadas en los huevos por parte de la jefa.

- Señora -a la mujer del teclado, ese "señora" le sentó como una patada porque era más una compañera que un superior para sus hombres, pero comprendió que iba por los visitantes, que ante ellos había que guardar las formas.
- Dime, Alex.
- Ha llegado una mujer -y Alex tragó saliva, consciente de que la cosa ya se les iba de las manos.
La mujer del teclado cerró los ojos e inspiró profundamente. Pensó en contar hasta cien... Hasta mil... pero desistió inmediatamente al considerarlo una estupidez y una perdida de tiempo. ¡Tiempo! Esto es lo que estaban perdiendo mientras se les colaba gente en una instalación supuestamente inexpugnable. Se tranquilizó y preguntó a Alex si ya la tenían controlada e identificada.
- Más o menos... No parece peligrosa así de pronto, pero yo no me fiaría nada porque tanta candidez no la he visto nunca.
- Interesante. ¿Ha dicho su nombre?
- Sí, Henrieta.
El visitante de Manchester estaba entretenido mirando a la casquivana Atia, la cual se había bajado el escote hasta casi enseñar el pezón y le hacía ojitos a Don Paeloris, consciente del aprecio que la mujer del teclado le tenía, a ver si podía sacar algo de ello, pero al oír el nombre, el manchesteriano pegó un bote que incluso alarmó a Lobo Gris y con ello a la mujer, a Alex y a todos los romanos detrás del vidrio, excepto a Marco Antonio, que seguía en la inopia y todavía no se sabía el motivo. "¡Acabaré matándoles a todos!" pensó la mujer del teclado y se relamió: "A Atia la pondré de chacha en casa de Ana Botella. A César Augusto lo meteré en el Senado. A los de la XIII Legión Gémina, de Mossos d'Esquadra. A...".
- ¡Doña! ¡Doña! -el manchesteriano la bajó de las nubes tremendamente alarmado.
- ¿¿¿??? Diga, diga. Usted perdone, tengo la cabeza como un bombo. ¿Qué pasa? ¿Ya sabe la solución?
- No señora, no sé la solución de nada, pero oiga, no deje que la recién llegada se me acerque.
- ¿Y eso? ¿Es extremadamente peligrosa? ¿Es un androide que estallará cual "martir" musulmán en un autobús israeli? Cuente, cuente.
- Bueno, es algo dificil de explicar, Doña...
- No me venga con tonterías a estas alturas, que estamos en un tris de desaparecer. ¡Si esa gente detrás del vidrio no vuelve a su época incólumnes, sin que les falte ni un pelo de los bajos, usted y yo y todos ya podemos despedirnos de llegar a nacer!
- ¡Coño! ¿Tan gorda es la cosa?
- Le aseguro que sí.
- Me lo creo, me lo creo. Por dos motivos, uno, que esto no es Manchester, el otro, que esa ninfómana me ha seguido hasta aquí.
- ¿Ninfómana?
- Y espere, que hay más. Al principio pensaba que esa de ahí tras el vidrio era una chichi de burdel, contratada por usted para alegrarme el día, pero se me está erizando el pelo de la cabeza cuando más la miro.
- ¿Qué pelo? Si está usted rapado.
- ¡No joda, Doña! ¡El vello que ya crece, el cuero cabelludo!
Atia pegó un grito al darse cuenta de que se refería a ella. Los legionarios se divertían cosa mala, César Octavio dejó ir una media sonrisa desdeñosa y Marco Antonio... Bueno, mejor olvidarse de Marco Antonio de momento porque no se sabía dónde estaba en realidad. Esto intrigaba a la mujer del teclado, pero no tenía tiempo que dedicarle, habida cuenta de todo el follón que tenía encima, una verdadera olla de grillos sin poder atrapar a los bichos que saltaban demoniácamente por todas partes.

Fijó la vista en su huargo, luego en Alex y se levantó lentamente.
- Alex, acompaña a nuestro invitado a una habitación para que se ponga cómodo y que sea atendido debidamente.
- Espero que ese "debidamente" no tenga connotaciones indebidas, Doña...
La mujer lo miró a los ojos. Sólo eso.
- Perdón, lo siento. Ya sabe que soy muy guasón...
- Igual que yo, amigo mío... Pero... ¿a que mi mirada asusta? ¡Juas juas!

Salieron los tres, ella a lo que tenía que hacer, Don Paeloris y Alex a alojar al primero y Lobo Gris se quedó allí, con la cabeza entre las patas, bastante harto de custodiar a los visitantes del pasado que no tenían nada de distracción. Le gustaban los legionarios, pero no podía comunicarse con ellos porque eran bastante cortitos mentalmente, ni se habían enterado de quien era él, ¡puf!

Continuará...


viernes, 1 de noviembre de 2013

TECLEANDO... DE VERANO A OTOÑO (XVIII)

¡Ojo al parche! Este blog tiene los días contados como elemento participativo, dada la nula interacción de sus socios. Fue una buena idea del director de El Periódico de El Prat, pero ha acabado en agua de borrajas por mor de los "quiero y no puedo".
Pronto serán eliminados los que andan por ahí, en el lateral y el blog cambiará de nombre. Nada será borrado, todo permanecerá, dejando constancia de lo que fue. Triste, pero real como la vida misma.

Agradezco al amigo Mencigüelo Mejillón sus esfuerzos hasta el último momento y comprendo sus problemas cibernéticos, ya que también los he sufrido en demasia. Espero que pueda volver tarde o temprano como lo he conseguido yo y ambos disfrutemos de nuestra pasión.

Firmado: la Capitana restrombizada. ¡Juas!

Los visitantes romanos, el visitante sorpresa y el lobo huargo y su ama

Viene de Don Paeloris.

Los romanos tras el vidrio blindado no las tenían todas consigo, constatando que la mujer que cortaba el bacalao allí andaba más preocupada por lo que sucedía en su feudo que por volverles a su casa. Los de la XIII legión Gemina estaban tranquilos. Hombres avezados a obedecer y a comprender los cipostios que solían montarse entre las gentes de poder, confiaban en la mujer del teclado.

Se abrió la puerta de la estancia donde estaban y entró la mujer con un desconocido para ellos. Lobo Gris, el cual estaba de guardia allí, movió las orejas y se acercó al hombre que acompañaba a su ama. Le miró a los ojos y a continuación se le acercó mansamente.
-Le presento a Lobo Gris, Don Paeloris. Le gusta usted. Puede tocarlo -dijo la mujer-.
Y el hombre lo hizo, acarició al enorme wargo sin temor alguno. La confianza era reciproca.
Atia hizo un moín de desdén tras el vidrio. Mientras tuviera esa protección estaba dispuesta a generar todo lo malo que su negra alma le proporcionaba.
-Siéntese ahí -dijo la mujer a su visitante y amigo- Permítame un momento.
Se dirigió a César Augusto, máximo exponente de los romanos tras el vidrio. Pidió disculpas por la tardanza en solucionar su caso, explícando someramente los problemas con los que estaba inmersa, que las cosas no eran tan fáciles y allí pasaba algo muy gordo, gordísimo.
César Augusto asintió tranquilamente. En realidad, estaba preocupado por su ausencia en Roma, pero había algo que le impelía a confiar en la mujer, igual que lo hacían los de la XIII legión Gemina.

Cuando se sentó junto a su amigo, este quiso saber la sorprendente relación entre el huargo y la mujer.
-Soy una cambiapieles, Don Paeloris.
- ¿Cómo?
- Puedo meterme dentro del wargo. Veo lo que ve él y él lo que yo. Por esto somos como uno solo.
El hombre se quedó perplejo. Estuvo tentado de echarse a reír estruendosamente porque para él, esto era una memez. Pero se contuvo porque los últimos acontecimientos lo habían dejado a cuadros. Caminar por el Instituto Cervantes de Manchester y encontrarse repentinamente en un sitio desconocido, siendo detenido e interrogado, más encontrar allí a su amiga y a un enorme lobo cuya mirada reflejaba tantas cosas que no entendía pero sí comprendía, hasta el punto de haberlo acariciado sin ningún miedo, era algo que le hacía pensar.
- ¡Joder, Doña! No sé qué decirle, la verdad.
- Dígame usted si ha tenido algún contacto raro últimamente.
- ¿Raro?
- Más o menos. Piense. Alguien desconocido que le haya preguntado cualquier cosa. Lo que sea.
La mujer del teclado intentaba encontrar alguna pista para saber por qué narices su amigo había aterrizado allí inopinadamente.
Primero eran desconocidos los infiltrados, pero ahora llegaban amigos y esto era mucho más inquietante porque los infiltrados podían haber llegado introducidos por traidores como Rosa y otros, pero el caso de Paeloris no tenía pies ni cabeza. Sin embargo, allí estaba, caído del cielo como quien dice. Y la mujer no sospechaba de él, como tampoco Lobo Gris, argumento aplastante.

Continuará...